Análisis:

El ser humano

Mi principal recuerdo de Juan Marichal no se refiere a su categoría como guía intelectual sino como perfecto orientador de compras en los supermercados de la barriada. De hecho, no una vez, ni dos, ni tres, cuantas veces se me veía desamparado en el campus de Harvard, él y su mujer, Solita Salinas, atribuían mi decaimiento a la mala nutrición y se venían conmigo a un establecimiento situado en una calle paralela a Cambridge Street, perpendicular al Fogg Museum, donde yo tenía el apartamento. No solo Solita que era una madre ilustrada y cariñosa que estaba al corriente de las marcas más recomen...

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Mi principal recuerdo de Juan Marichal no se refiere a su categoría como guía intelectual sino como perfecto orientador de compras en los supermercados de la barriada. De hecho, no una vez, ni dos, ni tres, cuantas veces se me veía desamparado en el campus de Harvard, él y su mujer, Solita Salinas, atribuían mi decaimiento a la mala nutrición y se venían conmigo a un establecimiento situado en una calle paralela a Cambridge Street, perpendicular al Fogg Museum, donde yo tenía el apartamento. No solo Solita que era una madre ilustrada y cariñosa que estaba al corriente de las marcas más recomendables y de las tintorerías chinas de mayor enjundia, Juan Marichal se sabía estas cosas también de memoria y lo más llamativo era tanto el interés que mostraba por ellas como el tiempo que dedicaba seriamente a esas cuestiones que tanta falta me hacían.

Fue toda una institución en la Universidad de Harvard
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Lo veo ahora, 25 años después, encaramado en una desvencijada y polvorienta escalera de mi casera, tratando de prender las cortinas en la barra de aquella altísima ventana principal de mi cuchitril. Juan Marichal, una figura reverenciada en Harvard y un icono en el departamento de español, subido a esos escalones que le podían costar una fractura, solo por ayudarme a aumentar mi bienestar en su Universidad.

¿Su Universidad? Juan Marichal fue en Harvard toda una institución que competía con los mismos valores institucionales sin proponérselo. Nunca parecía proponerse ante mí ni ante sus amigos nada diferencial y menos si se trataba de algo importante. Creo que, si supiera decirlo con precisión. le calificaría de un "servidor". Un servidor de la inteligencia y de la voluntad de estilo, un servidor de la democracia y de la ilustración, un servidor republicano tan apasionado por la Historia de España como por servir a su desarrollo mejor.

De la humildad de Juan Marichal se destilaba un zumo que, en combinación con los productos de Minute Maid, nos endulzaban tanto los procesos de aprendizaje en el campus como el aprendizaje de la relación con los demás.

Muy a menudo se celebraban partys en la casa de los Marichal y la mitad de los platos que nos servía un camarero de alquiler los había elaborado Juan. Siempre, desde luego, en colaboración con Solita. Había tanta gente importante en torno a la mesa de esos party, muchos españoles y latinoamericanos célebres, que podrían considerarse esas reuniones un nuevo olimpo del exiliado saber hispano. Un saber tan servicial para los alumnos de español que, en realidad, más que enseñar, estos profesores y profesoras, habían profesado como misioneros. Todos sabían tanto en sus disciplinas, con Marichal a la cabeza, que en las clases sentí el regalo intelectual que recibíamos.

No era mi obligación académica en Harvard seguir las clases de Marichal muy centrado en Unamuno, pero otro becario por mi fundación Nieman, el único español que existía hasta entonces como tal, José Antonio Martínez Soler, me recomendó imperiosamente que no me perdiera al Marichal profesor.

Efectivamente: entre el Marichal de ordinario y el Marichal profesor mediaba un abismo. De la modestia y la voz entrecortada que mi querido amigo Juan Marichal acostumbraba a presentar en las relaciones más cercanas se pasaba a la altísima figura de un orador, elocuente y seductor, dentro de las clases. En este vaivén, entre el hombre servicial y el sabio, viví ese año y los 10 siguientes, disfrutando a un Juan Marichal, balanceado entre su aparente debilidad de ser humano y su gigantesca fortaleza intelectual, tan honrada y tan verdadera. Efectivamente, tan humana.

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