Knopfler: "Suéltame, pasado"
El ex líder de Dire Straits predica con el folk, pero el público solo sucumbe a sus clásicos
Cuenta Mark Knopfler, entre divertido y resignado, que a estas alturas no puede alterar ni una nota de sus solos clásicos para Dire Straits. Cuando lo hace, los acólitos se revuelven en sus butacas y temen que esté sufriendo un vahído o alguna indisposición extraña. El escocés se sabe cautivo de su propio pasado y asume, acaso a regañadientes, que no puede sustraerse a un guión escrito hace tres décadas. Si por él fuera, hoy sería un artista de country y folk abonado a los circuitos teatrales. Anoche se nos presentó sentado por prescripción médica, pero aquello eran Las Ventas y casi 10...
Cuenta Mark Knopfler, entre divertido y resignado, que a estas alturas no puede alterar ni una nota de sus solos clásicos para Dire Straits. Cuando lo hace, los acólitos se revuelven en sus butacas y temen que esté sufriendo un vahído o alguna indisposición extraña. El escocés se sabe cautivo de su propio pasado y asume, acaso a regañadientes, que no puede sustraerse a un guión escrito hace tres décadas. Si por él fuera, hoy sería un artista de country y folk abonado a los circuitos teatrales. Anoche se nos presentó sentado por prescripción médica, pero aquello eran Las Ventas y casi 10.000 almas reclamaban su dosis de electricidad y nostalgia. Y el público manda, amigo.
Knopfler soplará en breve 61 velas y es un artista tan madurito como interesante. Le ocurre, sin embargo, como a aquel personaje de Les Luthiers. "Era una mujer atrapada por su pasado", anunciaba Marcos Mundstock. Y Daniel Rabinovich le respondía, chillón: "¡Suéltame, pasado!". El viejo sultán de Glasgow intentó predicar con su repertorio de trovador acústico que ameniza las veladas junto a la fogata, el de Border reiver o Sailing to Philadelphia. Pero hasta que no se escucharon Romeo & Juliet y Sultans of swing, el público anduvo más pendiente de la cervecita y los SMS. Asumámoslo: Dire Straits le siguen gustando a medio mundo.
Hubo momentos acústicos deliciosos, como en Done with Bonaparte, con el violín de John McCusker y la gaita irlandesa de Mike McGoldrick soltando chiribitas. ¿Pero cómo resistirse a esos pellizcos inconfundibles en la Stratocaster con Telegraph road o Brothers in arms? Un bosque de móviles centelleantes se afanó en certificar cómo el tiempo parecía por un momento contener la respiración en la noche madrileña.