Análisis:EL ACENTO

El Pulpo, La Roja y lo demás

Algunos piensan que es cosa de El Pulpo, ese extraño gurú que día a día acierta los resultados de España y al que todos quieren conocer para hacer las quinielas juntos. Prácticamente ha clavado sus pronósticos. Hay asuntos de España que no varían: la necesidad de personalizar los éxitos obviando el colectivo, la necesidad de víctimas y héroes y el culto a la fortuna como garante de los éxitos. Es más fácil cambiar los resultados que alterar la sociología de un país. Son asuntos que no tienen que ir necesariamente de la mano.

Y sin embargo, el colectivo de Del Bosque, el que ganó la Euro...

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Algunos piensan que es cosa de El Pulpo, ese extraño gurú que día a día acierta los resultados de España y al que todos quieren conocer para hacer las quinielas juntos. Prácticamente ha clavado sus pronósticos. Hay asuntos de España que no varían: la necesidad de personalizar los éxitos obviando el colectivo, la necesidad de víctimas y héroes y el culto a la fortuna como garante de los éxitos. Es más fácil cambiar los resultados que alterar la sociología de un país. Son asuntos que no tienen que ir necesariamente de la mano.

Y sin embargo, el colectivo de Del Bosque, el que ganó la Eurocopa, lleno de glorias individuales, apela a una nueva España basada en el trabajo colectivo, en la suma de esfuerzos, independientemente de guerras banderizas, superando lindes autonómicos o rivalidades cotidianas. Difícilmente, cualquier decisión de Del Bosque acabará en el habitual recurso al Tribunal Constitucional. El gran éxito de la selección de fútbol radica en la ausencia de complejos, en la fe en sus posibilidades, en acabar con la tendencia a la melancolía que precedía todas las batallas deportivas.

En cierto modo, El Pulpo acierta porque la selección es creíble, fiable, está guiada por un conductor prudente y fiel y lleva en el asiento trasero a tipos que rebosan alegría y no molestan al conductor.

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Durante muchos años, España se refugió en el victimismo de su falta de identidad nacional. Que si los clubes estaban por encima de la selección, que entre Reino Unido y España había más que un océano de distancia en sentimiento nacional, que España no tenía afición por su afán bucólico... Un cierto rapto de la identidad, sobrecogida por la potencia del localismo de los clubes.

La nueva generación deportiva española, que se gestó en el útero de los Juegos Olímpicos de Barcelona, parió hijos sin complejos que buscaban en el deporte más felicidad que aventura. No querían ser pioneros, sino campeones. La credibilidad de los actos ha generado descendencia. Y el sentimiento nacional ha quitado de las manos las banderas a las que las hacían propias. Las banderas que enarbolan los jóvenes cuando juega España tienen publicidad en la zona gualda. Nada es sagrado. Ni El Pulpo.

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