Crítica:DANZA

Nueva versión del 'Lago'

El versionado de El lago de los cisnes ha venido sufriendo cambios severos a lo largo de más de 100 años de modernidad en el ballet. No por ello el clásico entre los clásicos del repertorio ha dejado de tener vigencia ni de ser representado. Su entidad propia, su peso específico, es tal que admite manipulaciones, extrapolación temporal e incluso redacciones que se atreven con la estructuración sinfónica de la partitura de marras.

Gediminas Tarandá ha bailado varias versiones del Lago en su teatro de origen, el Bolshoi, y cercanamente, ha visto en Rusia otras muchas. La pro...

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El versionado de El lago de los cisnes ha venido sufriendo cambios severos a lo largo de más de 100 años de modernidad en el ballet. No por ello el clásico entre los clásicos del repertorio ha dejado de tener vigencia ni de ser representado. Su entidad propia, su peso específico, es tal que admite manipulaciones, extrapolación temporal e incluso redacciones que se atreven con la estructuración sinfónica de la partitura de marras.

Gediminas Tarandá ha bailado varias versiones del Lago en su teatro de origen, el Bolshoi, y cercanamente, ha visto en Rusia otras muchas. La propia que trae a Madrid el Ballet Imperial Ruso tiene de muchas otras. De hecho, Tarandá ha escrito un libreto sobre el original del siglo XIX. Lo mismo hace con las coreografías aceptadas como pilares canónicos del Lago de siempre. A veces, las relecturas devienen en simples reducciones, lo que no casa bien con el hilo estilístico de la obra, tanto en lo musical como en lo teatral. Por ejemplo: faltan las variaciones del Pas de Trois del primer acto, y el desarrollo de los grandes cisnes del segundo. El papel del bufón es duplicado en dos intérpretes que evolucionan en espejo.

En el tercer acto, las danzas de carácter (tarantela, czardas, española) acusan también el esfuerzo de síntesis, pero llevado demasiado lejos. Las mazurcas se borran y los ensemble se reducen ostensiblemente. En descargo de la compañía hay que decir que el magro escenario conspira contra el desarrollo coral, y así el cuerpo de baile de los cisnes también debió ser reducido para caber más o menos justos junto al decorado.

También es visible la influencia del Lago de Bourmeister, cuyo debut fue un hito en el ballet moscovita (1953, Teatro Stanislavski) y que representaba la punta de lanza de una tendencia filológica distinta de la seguida en Bolshoi. Bourmeister fue el primero en usar la música perdida del fragmento del Cisne negro, que Tarandá también recupera para la variación del Príncipe Sigfrido.

En cuanto a los protagonistas, Alexander Volkov cumple con su papel de Sigfrido en línea modesta; María Sokolnikova tiene un buen físico, línea armoniosa y algunas dificultades de estilo; el problema surge cuando se pone creativa con la pantomima, algo que el rol no permite en su raíz. El brujo Rothbart interpretado por Konstantin Mariken tuvo momento de fuerza y de teatralidad entonada a su naturaleza maléfica y productora de los encantamientos del relato.

Los decorados de Andrei Zlobin buscan el efecto de los telones pintados a golpe severo de pincel, de lo que en Rusia hay una gran tradición; un fondo expresionista que se suma a la libertad cromática tanto en el castillo como en el lago.

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El vestuario de Anna Epatieva es convencional y procura entonarse a la decoración, funcionar con ella en busca de un todo armónico.

Una escena de El lago de los cisnes.

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