JUEGOS FATUOS | SUDÁFRICA 2010 | CUARTOS DE FINAL: PARAGUAY-ESPAÑA

Dios

Cristiano Ronaldo, sentado en el césped, lamenta una jugada desperdiciada por su equipo durante el partido contra EspañaALEJANDRO RUESGA

"Vinieron los sarracenos y nos molieron a palos, que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos". Este aserto popular se verifica tanto en el fútbol como en la vida. Porque los designios del Señor son inescrutables, pero previsibles. Mientras Cristiano Ronaldo, gimoteando y perdido, sin el amparo de Dios ni de Florentino, deambulaba por esos estadios donde Sudáfrica se asemeja al Bernabéu como un Holiday Inn a otro Holiday Inn, emitió un críptico pensamiento: "Dios nunca duerme y sabe quién se lo merece". Lapidaria reflexión de la que se podría desprender que, desde su sempiterno ins...

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"Vinieron los sarracenos y nos molieron a palos, que Dios ayuda a los malos cuando son más que los buenos". Este aserto popular se verifica tanto en el fútbol como en la vida. Porque los designios del Señor son inescrutables, pero previsibles. Mientras Cristiano Ronaldo, gimoteando y perdido, sin el amparo de Dios ni de Florentino, deambulaba por esos estadios donde Sudáfrica se asemeja al Bernabéu como un Holiday Inn a otro Holiday Inn, emitió un críptico pensamiento: "Dios nunca duerme y sabe quién se lo merece". Lapidaria reflexión de la que se podría desprender que, desde su sempiterno insomnio, Dios no nos ha considerado merecedores de vislumbrar las cotizadas virtudes de su representante en la hierba. O, quizás, el agorero en cuestión, cuando habla y no galopa, no vale lo que en él hayan invertido ni Florentino ni Dios.

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En los años cincuenta y tantos, en el equipo de mi Facultad, había un jugador apodado Chándal el Cachas que, cuando no le pasaban el balón, se lamentaba a los compañeros y clamaba al cielo como si fuera víctima de una intolerable injusticia. Gesticulaba compungido mientras otros seguíamos jugando el partido. Suele suceder que, cuando empujan o zancadillean a Ronaldo o se deja caer, se queda sentado y boquiabierto con la expresión de estupor que se le atribuye a Julio César al verse apuñalado por Bruto. Yo diagnosticaría que Ronaldo y Chándal el Cachas padecen el síndrome de Blancanieves. Todos somos enanos a su alrededor y, en el espejo de la madrastra, solo se ven a sí mismos. O sea, ven a Dios.

Dios en el fútbol es un tema recurrente. Lo de que esté en todas partes, incluso en los bíceps y el cerebelo de Ronaldo o bajo el chándal del Cachas, es cosa sabida. Lo de que meta goles con la mano es cosa probada. Ahí están, entre otros, Diego Armando Maradona y Thierry Henry para, con mayor o menor gloria, corroborarlo. Según Jardiel Poncela, Dios era del Madrid. Pero, según Maradona, Dios es y será argentino y hace trampas a favor de su equipo con divina impunidad. El problema se agrava cuando todos, teniendo que enfrentarse los unos a los otros, se encomiendan al mismo Dios. Ni corto ni perezoso, llamé a monseñor Vianello, con el que había jugado al minigolf en San Pellegrino, para que me explicara el sentido de los juegos malabares que Dios nos hacía con el Jabulani. Según me dijo, el que los árbitros anularan el gol a Inglaterra solo podía entenderse como una ejemplar represalia porque los ingleses se habían persignado poco en el transcurso del encuentro. Peregrina explicación que me dejó perplejo.

¿Acaso se habían persignado más los alemanes?, repliqué. "No, pero metieron más goles", respondió taxativo antes de añadir conminatorio: "Por mucho que se persignen, Dios no se apiadará de los perdedores". Comprendí que la ética teológica no era lo mío, pero Vianello siguió arengando: "En este Mundial, el Señor ya no concederá más favores, ni propiciará proezas ni obrará milagros. A partir de ahora, delegará decisiones al libre albedrío del balón, siempre y cuando la trayectoria no se desvíe de sus divinos designios". Y colgó. Si yo fuera Dios, estaría harto de que los futbolistas usaran mi nombre en vano y de que se persignaran tan compulsivamente tras un gol metido como escupen tras un gol fallado. Pero, no siendo Dios ni queriendo abusar más de su nombre a la ligera, solo puedo computar que su ausencia en el terreno de juego ya se ha hecho notar. Las camisetas de Kaká y de Ronaldo ya cuelgan de nuevo, blancas e impolutas, en el tendedero del Madrid a la espera de que, esta vez, un tal Mourinho les proporcione mayor blancura y esplendor. Hasta la chequera de Florentino echa de menos a Dios.

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