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¿A quién le importa ser una Gran Maestra?

Aún recuerdo aquellas visitas al Prado, a ese antiguo Prado de sol áspero rozando casi los cuadros; el museo de la infancia donde los lienzos enormes llenaban las estancias y los pasillos anchos. Y, en algún punto del recorrido, un cuarto modesto, el de los bodegones, con unas obras ante las cuales me hubiera pasado la vida entera. Eran pequeñas y hablaban de cosas de todos los días, pasteles, flores y frutas sobre recipientes exquisitos, a mitad de camino entre mercado y deseo. Se pasaba casi de largo por allí, habitaciones traseras de la pintura flamenca. ¡Quién pudiera soltarse de la mano, ...

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Aún recuerdo aquellas visitas al Prado, a ese antiguo Prado de sol áspero rozando casi los cuadros; el museo de la infancia donde los lienzos enormes llenaban las estancias y los pasillos anchos. Y, en algún punto del recorrido, un cuarto modesto, el de los bodegones, con unas obras ante las cuales me hubiera pasado la vida entera. Eran pequeñas y hablaban de cosas de todos los días, pasteles, flores y frutas sobre recipientes exquisitos, a mitad de camino entre mercado y deseo. Se pasaba casi de largo por allí, habitaciones traseras de la pintura flamenca. ¡Quién pudiera soltarse de la mano, despistar al maestro y quedarse!

Regresaría mucho después al mismo lugar -pienso de pronto que durante años el Prado cambió poco- para ver los cuadros con ojos diferentes. Clara Peeters, se leía en el rótulo, una de las pocas mujeres artistas con las que el visitante se encuentra en el recorrido del Prado, relegada por la Historia durante siglos al cuarto de atrás, a la sala de las naturalezas muertas. Aunque entonces, al volver, había leído a Norman Bryson y sabía que los bodegones, tan denostados por las jerarquías más rancias de la Historia del Arte, guardaban secretos delicadísimos, simbologías complejísimas en medio de una cultura sofisticada y moderna, la de Amberes o La Haya en el XVII. Bodegones, mujeres... A esa Historia del Arte que basa sus estrategias en las excepciones positivas, los genios y los grandes maestros le daba igual encontrar a una mujer entre los lienzos de un género menor. Si se hubiera tratado de pintura mitológica seguro que habría sido conveniente ser más selectivos.

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Las cosas han cambiado desde aquellas visitas infantiles -al menos a lo que a mujeres artistas se refiere- y todos los museos fuerzan sus paseos de género. Ya era hora porque han pasado cuarenta años desde que Linda Nochlin se hiciera la pregunta incómoda: por qué no ha habido grandes mujeres artistas. La contestaba de la única forma posible de hacerlo: porque no han tenido oportunidad de serlo. Como todo en esta vida, es cuestión de clase. ¿Hubiera animado su padre a Picasso a ser pintor de haber sido Pablito y no Pablita, dice Nochlin?

Así que ahora los museos se afanan -con resultados muy desiguales, todo hay que decirlo- por sacar a las artistas en sus colecciones, incluso dedicándoles exposiciones específicas como Elles, la reciente del Pompidou, en la cual había ausencias notables pese a lo deslumbrante de las piezas. Faltaba entre otras Sophie Tauber-Arp, muy bien representada en el museo además, de alguna manera sustituida por Sonia Delaunay, como si fuera preferible una artista más decorativa y de mucha menor fuerza que una pintora concreta y danzarina dadaísta y por tanto menos fácil de rotular por esa Historia del Arte que necesita sentirse segura.

Maldita, cien veces maldita esa Historia del Arte, la de las exclusiones, que no anima a las Pablitas a ser artistas y nos aparta a las mujeres porque, al no poder ser genios como diagnosticaron los filósofos y psicopatólogos de fin del XIX pues carecemos de alma, no podemos ser Grandes Maestras. En serio, ¿quién quiere ser una Gran Maestra con la que está cayendo? ¿Quién va a querer ser un genio cuando el término está tan desacreditado, cuando el discurso sostenible es en esta época frágil, en pugna con lo establecido? ¿No ha cambiado la idea misma de la obra de arte que frente a la unicidad y originalidad clásicas se hace preguntas más complejas? La fotografía transformó de hecho muchas cosas y allí las mujeres pudieron expresarse -casi- libremente, tal vez porque durante años se vio como un medio menor. Es más, en la época victoriana se leía como cierto lugar apropiado para las señoras al requerir algunas de sus virtudes esenciales: paciencia, precisión... y poca creatividad. La selección del MOMA para la muestra que se puede ver en estos días, Imágenes de mujeres, una historia de la fotografía moderna -Ilse Bing, Lisette Model, Tina Modotti, Sherman, Kiki Smith o Weems, entre otras-, prueba lo contrario.

Así que otra vez han salido los fondos de mujeres y se trata de una excelente noticia, sobre todo cuando son fondos tan completos como los del MOMA o el Pompidou, pero no podemos dejar de preguntarnos, incluso por un momento, si estas mujeres escondidas no están saliendo a la luz porque la crisis internacional ha restringido las grandes muestras de los Grandes Maestros. Igual es que soy mal pensada, no me hagan mucho caso.

Imágenes de mujeres, una historia de la fotografía moderna. MOMA. Nueva York. Hasta el 11 de marzo de 2011. www.moma.org. Elles. Pompidou. París. Hasta febrero de 2011. www.centrepompidou.fr