Columna

Entre paréntesis

¿El papel de los trabajadores?, clown. Fruto de la casualidad, o de la provocación de un pegador sarcástico, pregunta y respuesta figuran, línea sobre línea en un collage de carteles callejeros. La pregunta figura en el anuncio de una conferencia política, la respuesta, ilustrada por la imagen de un payaso con gorro de cucurucho, promociona un curso intensivo para hacerse payaso, una salida profesional creativa y muy adecuada para los tiempos que se viven. "Como fuera de casa en ninguna parte", decía Julio Camba, humorista gallego, periodista, y huésped permanente de un lujoso ho...

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¿El papel de los trabajadores?, clown. Fruto de la casualidad, o de la provocación de un pegador sarcástico, pregunta y respuesta figuran, línea sobre línea en un collage de carteles callejeros. La pregunta figura en el anuncio de una conferencia política, la respuesta, ilustrada por la imagen de un payaso con gorro de cucurucho, promociona un curso intensivo para hacerse payaso, una salida profesional creativa y muy adecuada para los tiempos que se viven. "Como fuera de casa en ninguna parte", decía Julio Camba, humorista gallego, periodista, y huésped permanente de un lujoso hotel de Madrid.

En los márgenes de la esquiva primavera, al sol que juega al escondite por las esquinas, los madrileños se desparraman por las aceras, toman las terrazas y forman corrillos en plazas y plazuelas. Un ramalazo de injustificado, pero justificable, optimismo corre por las arterias de la urbe. Orgullo patriótico se diría por la profusión de banderas patrias que lucen balcones y entoldados, escaparates y viandantes.

Ni la sonada huelga del metro ni la gelatinosa saga de las corruptelas acallarán las trompetillas

Una familia china se asoma a la Gran Vía, los padres enarbolan banderitas rojigualdas, la niña se envuelve con una bandera de los mismos colores y los dos varoncitos visten las patrióticas camisetas de La Roja. Una compañía de bebidas alcohólicas regala a los bares banderones que sustituyen el escudo nacional por el logotipo de la marca. Patrocinadores y anunciantes compiten en la exhibición de los símbolos nacionales y al anochecer un grupo de exaltados bebedores de cerveza, botan sobre la calzada coreando su redundante canto de guerra: "Soy español, español, español, español". Para no contagiarse del reconfortante virus patriótico balompédico, el cronista recuerda el aforismo de otro humorista, catalán: "Patriotismo es que un imbécil se sienta muy orgulloso de que un genio haya nacido en la casa de al lado" escribió el Perich de los ingenios.

No te preguntes por quién suenan las vuvuzelas, suenan por ti, atruenan en los estadios sudafricanos y sus ecos llegan a los rincones más apartados del globo, representado por el jabulani, un balón escurridizo que se burla de los porteros y traza caprichosas parábolas en el aire. Mal día, mal momento, para escribir una crónica. Faltan más de ocho horas para que la crónica de hoy se escriba con los pies, momento de inflexión y de reflexión. Ni la sonada huelga de Metro, ni la gelatinosa saga de las corruptelas que desgranan los diarios, acallarán la asonada de las trompetillas aturdidoras. Hoy tendría que escribir dos columnas, cubrirme las espaldas con dos apuestas; a estas alturas ya no valen los empates. En la primera, las vuvuzelas sonarían como los clarines de la marcha triunfal de Rubén Darío animando "el cortejo de los paladines". En la segunda retumbaría a cajas destempladas el bombo de Manolo con los compases de una marcha fúnebre.

"España se juega más que un partido ante Portugal", titula en primera este periódico y en páginas interiores amplía su razonamiento: "España no solo tiene el reto de Portugal, sino también el de impedir que una derrota levante una ola de pesimismo que haga caducar el estilo de una generación tan brillante. ¿Hablamos de fútbol o hablamos de política? Hablamos de fútbol y hablamos de política. La fecha de caducidad del estilo de una generación tan brillante, está, como la pelota, en el alero y el alero en Ciudad del Cabo. Esto lo saben, por lo menos saben esto, hasta los del G-20. Mientras sus colegas debatían por debatir, que para eso y no para otra cosa se habían reunido, Angela Merkel, canciller alemana, y David Cameron, primer ministro británico, practicaban el absentismo laboral para seguir el partido que enfrentaba a sus respectivas selecciones.

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No sé cómo se valora la hora de trabajo de una canciller o de un primer ministro, pero está claro que nos birlaron dos de una cumbre apresurada en la que se subrayaron las obviedades y se reivindicó la austeridad presupuestaria sin compromisos, sin plazos y sin acuerdos conjuntos. Cumbre roma, mucho menos interesante y trascendente que lo que ocurría en el terreno de juego. Alemania humilló a Inglaterra y Merkel impuso sus tesis en la asamblea de los 20 principales. Sarkozy tenía la mente dividida entre la economía y el fiasco, revolcón, motín y algarada de la selección francesa.

Como en la economía, la culpa la tienen los árbitros que se equivocan tanto como los economistas. La FIFA, tiene terminantemente prohibido repetir las jugadas polémicas en las pantallas de los estadios, aplicando una ley mordaza al estilo de la de Berlusconi que impedirá a los medios de comunicación regodearse también en las cuestiones más polémicas. ¿Hablamos de fútbol o hablamos de política? Cierro paréntesis.

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