Columna

Los 'legos'

Como el niño que mueve el Lego de un lado a otro se debió sentir el Ayuntamiento de Madrid cuando cambió la estatua de Colón 50 metros más allá en la misma plaza. La vida no es un Lego y la dichosa mudanza trajo consigo un obrón de cuidado. Los madrileños, ya curados de espanto entre el circunstancial Plan E (de Zapatero) y el eterno plan G (de Gallardón), nos encogíamos de hombros. Al estado de estupefacción en el que nos había sumido una ciudad levantada que ha acabado alfombrada de hormigón, se añadía la excentricidad municipal de mudar estatuas de sitio. El Financial Times to...

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Como el niño que mueve el Lego de un lado a otro se debió sentir el Ayuntamiento de Madrid cuando cambió la estatua de Colón 50 metros más allá en la misma plaza. La vida no es un Lego y la dichosa mudanza trajo consigo un obrón de cuidado. Los madrileños, ya curados de espanto entre el circunstancial Plan E (de Zapatero) y el eterno plan G (de Gallardón), nos encogíamos de hombros. Al estado de estupefacción en el que nos había sumido una ciudad levantada que ha acabado alfombrada de hormigón, se añadía la excentricidad municipal de mudar estatuas de sitio. El Financial Times tomó como ejemplo dicha obra para ilustrar un artículo sobre el gasto desmedido de Ayuntamientos y Comunidades. Un día nos despertamos del sueño y al salir a la calle vimos que las excavadoras habían desaparecido. También los obreros, cuyo empleo no era empleo en realidad, sino un parche que hizo el juego a los Gobiernos locales para obtener réditos electorales. Así habla Juan Bravo, concejal de urbanismo de Madrid, del Plan E (el de Zapatero), que según él no sirvió para nada. Justifica en cambio el eterno plan G (el de Gallardón). No nos asombra, nada hay más habitual que considerar derroche lo que hizo el Estado y necesidad lo que perpetraron los tuyos. Y viceversa. Este concejal de discurso de hielo no se achanta a la hora de afirmar que ya nos podemos ir olvidando del Estado de bienestar y defiende, ya lo vienen practicando, ese sistema de subcontratas que van a alejar cada vez más al ciudadano de los servicios esenciales que paga con sus impuestos.

Ha habido una actitud de ofuscamiento resignado ante tanto derroche político, a veces incluso contando con la complicidad atontada de la ciudadanía y de la clase periodística. La única defensa posible hoy es exigir que las cuentas estén claras, y que se acabe el show de la primera piedra.

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