Columna

Asfixia

No existe ningún gran político, gran científico o gran artista que haya sido un cenizo, un malaje o un agorero. Todos los personajes que permanecen a través de los siglos transformados en mármol o en bronce en los pedestales sin que nadie los haya apeado son aquellos que apostaron por la parte más noble del ser humano para llevar adelante un proyecto a favor de la sociedad. Las revoluciones se pudren cuando el primer ideal romántico de cambiar el mundo se convierte en una labor burocrática, policiaca y paranoica. Por eso son derribadas sus estatuas. Todos los científicos, inventores y explorad...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

No existe ningún gran político, gran científico o gran artista que haya sido un cenizo, un malaje o un agorero. Todos los personajes que permanecen a través de los siglos transformados en mármol o en bronce en los pedestales sin que nadie los haya apeado son aquellos que apostaron por la parte más noble del ser humano para llevar adelante un proyecto a favor de la sociedad. Las revoluciones se pudren cuando el primer ideal romántico de cambiar el mundo se convierte en una labor burocrática, policiaca y paranoica. Por eso son derribadas sus estatuas. Todos los científicos, inventores y exploradores que han abierto camino a la inteligencia han sido individuos optimistas que sin ver siquiera la luz al final del túnel han seguido adelante en medio de la oscuridad, movidos por el único afán de proporcionar felicidad a la gente. A este empeño se han unido también los artistas, los creadores, los visionarios ingenuos. Pero sin necesidad de ser un prócer, un líder, un científico o un creador existen ciudadanos corrientes que tienen el don de transmitir alrededor un fluido positivo contra cualquier clase de depresión y gracias a ellos la sociedad puede seguir respirando. Hoy nuestro país se halla bajo una sensación de asfixia. Cualquier emisora que conectes, a cualquier barra de bar, tertulia o despacho que te acerques no oirás un comentario que no hurgue con placer masoquista en la herida de la crisis. Hay que atravesar un largo estercolero de insultos, estupideces, una salmodia derrotista pronunciada con una verborrea mediocre para encontrar una opinión inteligente, ponderada y positiva que te alegre la vida. Ignoro qué progresista, incluido Picasso, eligió a la paloma como símbolo de la paz siendo un pájaro tan violento y qué conservador pensó que la gaviota era un ave que sobrevolaba el mar de la libertad, siendo tan carroñera. Las palomas en cuanto ven a una colega herida no cesan de picotearla hasta destrozarla. Las gaviotas cambian con gusto un banco de sardinas a flor de agua por un albañal lleno de desperdicios. En este país hay abierto un concurso siniestro para saber qué político es más inane, qué comentarista une mejor la ignorancia con la audacia y ambas con la mala leche, qué paloma es más cruel y qué gaviota es más sucia.

Sobre la firma

Archivado En