Música de niños o para niños

Los conciertos son el punto flaco del Sónar Kids, que tuvo 6.565 asistentes

Es otro mundo, y como tal tiene sus propias reglas. Al circular por el Sónar senior debe evitarse pisar a un extranjero exangüe, mientras que aquí, en el Kids, lo peligroso es la colisión con esos fragmentos de metralla que corretean por el césped y conocemos como niños. En el senior huele a cerveza y cannabis, en el Kids a pañal y macarrones en tupper. El senior se oye dos calles antes, el Kids no revela sus decibelios hasta ingresar en él. Son dos festivales distintos, pero comparten una idea: no hay música de niños, sino música para niños, y de la segunda se nutren ambos festivales....

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Es otro mundo, y como tal tiene sus propias reglas. Al circular por el Sónar senior debe evitarse pisar a un extranjero exangüe, mientras que aquí, en el Kids, lo peligroso es la colisión con esos fragmentos de metralla que corretean por el césped y conocemos como niños. En el senior huele a cerveza y cannabis, en el Kids a pañal y macarrones en tupper. El senior se oye dos calles antes, el Kids no revela sus decibelios hasta ingresar en él. Son dos festivales distintos, pero comparten una idea: no hay música de niños, sino música para niños, y de la segunda se nutren ambos festivales.

La definición de ese espacio musical para niños es el tema que debe ir afinando el Kids. Queda claro que los disc-jockeys son una garantía, ya que al pinchar música de baile exaltan a unos padres que explican a sus hijos los códigos de comportamiento -cómo bailar, cuándo levantar la mano, cuándo gritar etcétera-. El tema de los conciertos resulta más vidrioso y necesita mucho tino. Por ejemplo, el sábado actuó Joan Miquel Oliver, cuya música tiene mucho de infantil. Sin embargo, su humor, con muchos planos de lectura, no ofrece fácil traslación paterna a la mentalidad del hijo. Si a eso se añade un cierto hieratismo melancólico en escena, resultará que una buena idea, vincular a Oliver y los niños, no alcanza el éxito esperado. Algo así pasó con Jimi Tenor, cuya excentricidad no bastó para estimular la exuberante imaginación de un niño, que quizá lo miró como a un simple personaje de cuento.

Otras actuaciones fueron mucho mejor y la música para niños surtió efecto mediante el beat-box de Maarkooz (hacer ritmos con la boca tiene algo de circense), la clases de baile de Unity Common, el infantilismo gamberro y popular de Electrotoylets y las sesiones de Txarly Brown y Guillamino. Mención aparte merece el taller de música dictado con pedagogía y tacto por este último, un encantador de niños, cuya voz grababa en clave de plato, bombo o caja para luego ecualizarla y hacerla música ante el asombro de los protagonistas. Si se sostiene que no debe haber música de niños, debe perseguirse que la música para niños esté formulada de forma que bien por ellos mismos, bien por intermediación de los padres, alcance un significado.

En el plano del público, el festival ha cumplido expectativas y 6.565 personas, entre padres e hijos, han visitado este fin de semana el recinto del CCCB y el Macba.

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