Entrevista:FRANCISCO VARALLO | Único superviviente del Mundial de Uruguay 1930, en el que fue subcampeón con Argentina | SUDÁFRICA 2010 | El retrovisor

"Han pasado 80 años y todavía no me he recuperado de aquella final perdida"

Conversar con Francisco Antonio Pancho Varallo (Los Hornos, Argentina; 100 años), subcampeón y único superviviente del primer Mundial, que se disputó en 1930 en Uruguay, es un viaje en el tiempo a los orígenes del fútbol, una ida y vuelta a la cuna primigenia del acontecimiento deportivo por antonomasia con permiso de los Juegos Olímpicos. "Podrás cambiar los materiales, las reglas; aplicar unas tecnologías impensables entonces, pero nunca podrás cambiar el espíritu del fútbol", relata el entrañable delantero centenario, al cuidado de su hija María Teresa, tratado por kinesiólogos por a...

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Conversar con Francisco Antonio Pancho Varallo (Los Hornos, Argentina; 100 años), subcampeón y único superviviente del primer Mundial, que se disputó en 1930 en Uruguay, es un viaje en el tiempo a los orígenes del fútbol, una ida y vuelta a la cuna primigenia del acontecimiento deportivo por antonomasia con permiso de los Juegos Olímpicos. "Podrás cambiar los materiales, las reglas; aplicar unas tecnologías impensables entonces, pero nunca podrás cambiar el espíritu del fútbol", relata el entrañable delantero centenario, al cuidado de su hija María Teresa, tratado por kinesiólogos por algunas molestias motrices y que encuentra un momento para mandar "un gran recuerdo a don Alfredo di Stéfano".

"Tras un sorteo, jugamos el encuentro con nuestro balón, no con el uruguayo"
"El último tanto nos lo marcó Castro. Le faltaba un brazo, cosa de una motosierra"
"Contra México perdimos a Ferreira porque tenía examen en la universidad"
"Antes de los partidos, pedía doble ración de carne. Me ayudaba a meter goles"
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Pregunta. La sociedad evoluciona a un ritmo endiablado. Los avances técnicos pasan de ser una novedad a estar obsoletos en apenas unos años. ¿En qué ha variado el fútbol?

Respuesta. En mi época te entrenabas tres veces a la semana, aunque yo lo hacía en muchas ocasiones solo. Todo era distinto, no digo ni mejor ni peor. Por ejemplo, me compré un coche porque me lo pude permitir cuando fiché por Boca. Antes no me era posible. Otros de los cambios que me llaman la atención, más allá de los sistemas tácticos, son los relacionados con la comida. ¡En 1930 no había nutricionistas ni nada de eso! En aquel Mundial llevamos una dieta típica argentina: carne y más carne. Antes de jugar, pedía doble ración. Me ayudaba a meter goles. Pero con una condición: Guillermo Stábile [un compañero] nos dijo que nada de sandwiches de salami. Entonces no se comía pasta como ahora, pero nos cuidábamos bien. Un síntoma es que, a mis años, no me puedo quejar de la dentadura, aunque entiendo que quizás la diferencia fundamental en los 80 años que han transcurrido pasan por lo físico. Ahora los jugadores están más preparados, se cuidan más. ¡Si hasta había alguno que jugaba con boina! ¿Se imagina?

P. La idea del francés Jules Rimet de organizar un campeonato entre naciones no tenía precedentes. Simplemente, la travesía en barco de los equipos europeos que aceptaron la propuesta suena a una aventura de otro mundo.

R. Había cinco candidatos a organizar el primer Mundial: Italia, España, Holanda, Suecia y Uruguay, que sorprendió a sus rivales cuando, pese a ser un país pequeño, de apenas dos millones de habitantes, se mostró dispuesto a pagar los gastos de traslado y estancia de los participantes. No contentos, construyeron además el estadio Centenario, en Montevideo, porque justo coincidía que se cumplían 100 años de su independencia de la metrópoli. Aunque cuando comenzó el Mundial no lo habían terminado del todo, la apuesta fue tan alta que las aspirantes europeas se retiraron de la puja. Tampoco acudieron al Mundial, una lástima, aunque es verdad que era un viaje que igual te llevaba dos semanas largas.

P. A dos meses del inicio, no estaba prevista la presencia de ninguna selección europea, lo que restaba prestigio al torneo.

R. Solo participamos 13 países. Antes, los representantes latinoamericanos amenazaron con retirarse de la FIFA si Europa les boicoteaba. Por suerte, vinieron Yugoslavia, Bélgica, Rumania y Francia, el país de Rimet, que era el presidente de la FIFA, aunque fuera se quedaron potencias como Alemania, Holanda, la propia España... Sin ellas, el camino era más fácil. Por cierto, la historia de los rumanos es de broma. La mayoría de sus futbolistas trabajaban para una petrolera británica que no les dejó irse hasta que intervino el mismísimo rey Jorge V.

P. Esas anécdotas parecen ahora surrealistas.

R. Pues fíjese que contra México, en la fase de grupos, perdimos a Ferreira porque tenía un examen de la universidad... Les ganamos por 6-3 con dos goles míos después de vencer por 1-0 a Francia y antes de eliminar a Chile por 3-1. En las semifinales, pues no había octavos ni cuartos al ser tan pocas selecciones, barrimos por 6-1 a Estados Unidos. Hasta ahí nos fue de maravilla. Para mí, un chico que solo había jugado antes un partido con Argentina, era vivir un sueño.

P. Solo les paró Uruguay en una final que se convirtió en un duelo regional.

R. Han pasado 80 años y todavía no me he recuperado de aquella final perdida... Es la frustración más grande de mi carrera. Había una rivalidad de antes. Ya habían mostrado lo competitivos que eran en los Juegos de 1924 y 1928. Nos ganaron bien, aunque influyó que nos lesionamos tres y entonces no había cambios. El primer tiempo lo terminamos con 2-1 a favor, pero luego perdimos por 4-2. El último nos lo marcó Castro, un 9 al que le faltaba un brazo. Lo había perdido de joven, cosa de una motosierra... Pese a la derrota, creo que fuimos los mejores del Mundial, pero se notó que no jugábamos en casa. Desde el primer partido, contra Francia, el público uruguayo nos insultaba, nos tiraba de todo... Terrible. Cuando nos encontramos con Uruguay, ante 90.000 personas, la presión aumentó y, encima, nos arrearon a patadas. Eso fue después de que, por sorteo, se jugara con nuestra pelota y no con la de Uruguay, otra de esas cosas que demuestran lo que han cambiado los tiempos. ¿Pero de qué nos sirvió? Entre que hubo compañeros que se arrugaron y que terminamos con ocho... Yo me había lesionado ante Chile y por precaución no jugué las semifinales. Me guardaron para la final. No tendría que haber jugado, pero el ímpetu del joven... Pateé y volví a dolerme de la rodilla. Fue una lástima, como que los ocho goles de Stábile no valieran el título, pero a la vez un honor al alcance de muy pocos afortunados. Los uruguayos lo percibieron bien porque el día siguiente lo declararon fiesta nacional.

Francisco Varallo, en febrero pasado, durante el homenaje por su centésimo cumpleaños.REUTERS
Pancho, en el Mundial de 1930.GETTY
Héctor Castro, cuyo brazo sesgó una motosierra cuando tenía 13 años, durante un partido con Uruguay

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