Crónica:

A pantalón quitado

Los Stooges convencen a 2.000 personas con un concierto de rock machote

Sí, todo lo que cuentan es rigurosamente cierto. Que se lanza al público después de una generosa carrerilla; que golpea con violencia el micrófono contra el suelo; que sube al escenario a una veintena de espectadores a cantar y bailar con él; que se pasa buena parte del concierto en el foso dándose manotazos con los valientes de las primeras filas; que según va desarrollándose el recital se le van bajando los pantalones... Todo es muy cierto.

Como que hubo un momento especialmente grotesco, cuando interpretó I wanna be your dog. Iggy se arrojó al público y cuando regresó ...

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Sí, todo lo que cuentan es rigurosamente cierto. Que se lanza al público después de una generosa carrerilla; que golpea con violencia el micrófono contra el suelo; que sube al escenario a una veintena de espectadores a cantar y bailar con él; que se pasa buena parte del concierto en el foso dándose manotazos con los valientes de las primeras filas; que según va desarrollándose el recital se le van bajando los pantalones... Todo es muy cierto.

Como que hubo un momento especialmente grotesco, cuando interpretó I wanna be your dog. Iggy se arrojó al público y cuando regresó (ups), la parte posterior de sus vaqueros habían bajado tanto que mostraban el trasero al completo. Cuidado: estamos hablando de un señor de 63 años. Iggy se quedó de culo a los espectadores (y, créanme, no es figurado) y ¡en posición canina! Un cuadro. El pobre asistente que tiene el músico en un lateral del escenario para nutrirle de botellas de agua y otros menesteres no sabía cómo reaccionar. El hombre (ya de cierta edad) dio un par de pasos y se quedó en el centro del escenario, congelado, con una toalla en la mano y mirando las posaderas de Iggy. La gente gritaba (¿o eran carcajadas?). La música continuó, Iggy se levantó y terminó la canción con el pantalón amenazando con escurrirse hasta sus tobillos. Cuando finalizó el tema, bramó, en inglés: "Joder, dejadme que me suba los pantalones". El sufrido sirviente ya había vuelto a su rincón del escenario, con la cara deformada por el estrés.

El recital supo a poco a los espectadores, que pagaron 55 euros
La gira se centra en el tercer y último disco de la banda 'Raw power'

Así son las cosas cuando Iggy Pop se presenta en concierto: animales, viscerales, groseras, sudorosas, rockeras. Se reunió en La Riviera buena parte del rockerío setentero madrileño. La mayoría público masculino, muchos de ellos patilludos lectores de revistas como Ruta 66. Porque Iggy y sus Stooges funcionan como una de esas sectas musicales que no se ponen a prueba en una noche. Sus conciertos son grandes celebraciones, o celebraciones grandes. No queda otra. Sí, es cierto que si ya le has visto en más de una ocasión el impacto está amortiguado e incluso alguno de sus numeritos te parecen caricaturescos. Pero para los que asisten por primera vez al ritual se considera como una de las experiencias más salvajes.

A falta de nuevas canciones, Iggy llena una y otra vez el tanque de gasolina de los Stooges, aquella panda de drogotas que creara, a finales de los sesenta, los cimientos del punk cuando los Pistols y los Ramones lucían acné. Si hace unas temporadas basaba su espectáculo en los dos primeros álbumes de los Stooges, esta gira se centra en el tercero y último, Raw power (1973). Y por ello ha recuperado a James Williamson (60 añitos), guitarra correosa de aquella época, que anoche cumplió con profesionalidad. Iggy arrancó a patadas, con Raw Power y un turbulento Search and destroy.

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Durante 75 minutos (algunos se quejaron: querían más por los 55 euros de la entrada) ofreció casi todos los clásicos de los Stooges, rock machote, tosco, elemental, primario. Tras el último acorde, el músico embistió de nuevo contra el público. La última imagen que se vio fue a Iggy despidiéndose de la gente con sus tejanos deslizándose otra vez entre sus piernas.

Recital de Iggy Pop y su banda, los Stooges, anoche en la sala La Riviera.CARLOS ROSILLO

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