Ruge Cornellà, sufre el Barça

El 'derby' supuso un récord de asistencia: 39.263 aficionados

Una enorme pancarta suspendida a la entrada de un túnel de la ronda de Dalt, vía de acceso al estadio del Espanyol, daba la expresiva bienvenida. "¡Barcelona es sólo blanquiazul!", rezaba. Un aviso, territorio hostil. Enfervorizado, el ambiente de Cornellà se caldeó desde bien pronto, dos horas y media antes de que comenzara el encuentro. Bares a reventar, cánticos diversos, una marabunta de bufandas y camisetas blanquiazules y mucha algarabía. Entre otras razones, porque varios vecinos, con la bandera periquita en la ventana, pusieron la música sin contención de decibelios en los balco...

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Una enorme pancarta suspendida a la entrada de un túnel de la ronda de Dalt, vía de acceso al estadio del Espanyol, daba la expresiva bienvenida. "¡Barcelona es sólo blanquiazul!", rezaba. Un aviso, territorio hostil. Enfervorizado, el ambiente de Cornellà se caldeó desde bien pronto, dos horas y media antes de que comenzara el encuentro. Bares a reventar, cánticos diversos, una marabunta de bufandas y camisetas blanquiazules y mucha algarabía. Entre otras razones, porque varios vecinos, con la bandera periquita en la ventana, pusieron la música sin contención de decibelios en los balcones. Sólo faltó la llegada del Porsche de Tamudo, sin convocar, recibido al grito de "¡capitán!". Cornellà estaba listo para el derby y presumía de récord de asistencia: 39.263 aficionados. De todo ello se empaparon los futbolistas del Espanyol.

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Los cristales del autobús retumbaban por el estruendo. Pareja, gorra en mano y con los brazos levantados, dirigía la orquesta y animaba a todos los compañeros, que, contagiados, bailaban y se desgañitaban al ritmo de la música. Por allí bailaba Iván Alonso, golpeaba la cristalera Forlín y canturreaba Luis García. La última vez que el Espanyol hizo algo parecido fue en la final de la Copa de 2006, cuando venció al Zaragoza (4-1).

Peor llegada tuvo el Barça, una hora antes del encuentro. Los azulgrana, recibidos con improperios, salieron a prepararse cuando sólo faltaban 20 minutos para que comenzara el partido y enfilaron los vestuarios cuando restaban 10. Cornellà, entonces, rugió como lo hacía en sus tiempos la bombonera de Sarrià. Hubo cánticos de ánimo al Espanyol y de desprecio hacia el Barça. También gritos simiescos cuando tomaba la pelota Alves, despedido al grito de "¡tonto!" al ser expulsado.

Los presidentes ni se trataron. Joan Laporta, el del Barça, evitó al del Espanyol, Daniel Sánchez Llibre. Acabado el partido, por separado, hablaron mal el uno del otro. Los azulgrana nunca se sintieron a gusto en el palco ni en la cancha ante el entusiasmo de la hinchada blanquiazul, que no paró de animar. "No sois un rival, sois el enemigo", rezaba una pancarta de La Curva Jove.

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