Columna

Palabras que respiran

En la China antigua, el ideograma que representa al sabio es una oreja desmesuradamente grande. De haber nacido chino, Canetti a buen seguro habría sido considerado sabio. Fiel a la escuela del "buen oír", ese escritor trashumante fue, en efecto, según su propia definición, un "testigo oidor". Pero el sabio es de pocas palabras, y Canetti era de muchas. Tal vez por eso la forma que terminó siéndole más cómoda y la que nunca abandonó fue la de los Apuntes. El "apuntes" es probablemente la forma literaria que mejor le conviene a la posmodernidad. A diferencia del cuento y del poema, que s...

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En la China antigua, el ideograma que representa al sabio es una oreja desmesuradamente grande. De haber nacido chino, Canetti a buen seguro habría sido considerado sabio. Fiel a la escuela del "buen oír", ese escritor trashumante fue, en efecto, según su propia definición, un "testigo oidor". Pero el sabio es de pocas palabras, y Canetti era de muchas. Tal vez por eso la forma que terminó siéndole más cómoda y la que nunca abandonó fue la de los Apuntes. El "apuntes" es probablemente la forma literaria que mejor le conviene a la posmodernidad. A diferencia del cuento y del poema, que se cierran sobre sí y sólo se entregan concluidos, es abierta, asistemática, fragmentaria. "Su capacidad de abarcar no tiene límites", dice de ella Canetti. No los tiene porque cada fragmento es signo de otra cosa y entre sí todas se hacen seña y, entre todas, lo que falta es siempre lo más importante.

"Aquello que se alarga es cada vez más inexacto", escribe Canetti. Pero no basta la brevedad para ser exactos hoy en día; también hay que ser humildes. La lógica es la metafísica del lenguaje, o su física atómica, digamos; eso es el aforismo al ensayo, su física atómica. Los apuntes, más que átomos (a-tomos: indivisibles) son notas que, unidas, forman no una sinfonía (syn-phonía: oído conjuntamente), que es forma propia de la modernidad, sino una pieza contemporánea, en la que cada nota tiene su autonomía sin perder su lugar en el conjunto. Lo no acabado ha venido a ser, en nuestra época, además de un valor estético, un signo epistemológico: ¿Quién no entiende, hoy, que el mundo es algo inaprensible? "No rodees las formas con líneas", enseñaba el de Vinci. Adelantado, como siempre, a su época, el maestro del sfumatto entendía, como lo hacemos ahora, que el mundo de las cosas, y no el de las ideas, es infinito, y que si se las quiere representar hay que dejarlas respirar, esfumarse unas dentro de las otras.

La escritura de sus apuntes fue, para Canetti, la válvula de escape que le permitió dedicarse a su obra magna durante los quince años que duró su redacción (1942-1959). Masa y poder fue editado en Hamburgo en 1960, cuando psicoanálisis y marxismo eran de rigor entre los intelectuales. Pocos años más tarde, Foucault publicaba El ser y las cosas y Marcuse, El hombre unidimensional. Canetti no utilizaba la terminología de moda, no citaba a los maestros, no utilizaba sus métodos. Su ensayo fue definido como "poema sociológico". Sin embargo, en los años ochenta se incluía con carácter obligatorio en la bibliografía de la asignatura de psicología social. Masa y poder es un ensamblaje orgánico de fragmentos reunidos en torno a un tema. Su tratamiento analógico, y no sistemático, es precisamente lo que hace que la obra perdure, pues, a diferencia de otras, que marcaron época, no pretende clausurar lo dicho guiando a los elementos -que en las ciencias humanas siempre son infinitos- hacia una conclusión única universalmente válida.

"Sería bueno, a partir de cierta edad, volvernos cada vez más pequeños, año tras año, y recorrer hacia atrás los mismos peldaños que en otros tiempos fuimos escalando con orgullo", escribe en 1942, al inicio de los que serían sus Apuntes. Bien pudiera ser que la conquista de cierta humildad en materia de conocimiento sea uno de los pocos logros apreciables de nuestro tiempo. -

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