Entrevista:SINGULARES | Jack Taylor, actor

En la cárcel de su misterio

El 'rey' de los papeles del cine B de terror español escribe y dirige teatro

Da igual que él mismo se encargue de colgar los abrigos y preparar el té; la dignidad con la que lleva la bandeja llena de tazas tintineantes hace que el visitante se sienta el mayordomo. Cortés y obsequioso, Jack Taylor, actor y mito del cine serie B español, recibe en su piso del centro noble de Madrid.

El misterio es una sustancia que tiñe de por vida, y nada se puede hacer contra ello. Nacido hace 73 años en Oregón -"en el Far, Far West"-, llegó a España en los sesenta de la mano de un musical después de haber cabalgado por el cine mexicano. Se mesa la perilla con una mano adornada ...

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Da igual que él mismo se encargue de colgar los abrigos y preparar el té; la dignidad con la que lleva la bandeja llena de tazas tintineantes hace que el visitante se sienta el mayordomo. Cortés y obsequioso, Jack Taylor, actor y mito del cine serie B español, recibe en su piso del centro noble de Madrid.

El misterio es una sustancia que tiñe de por vida, y nada se puede hacer contra ello. Nacido hace 73 años en Oregón -"en el Far, Far West"-, llegó a España en los sesenta de la mano de un musical después de haber cabalgado por el cine mexicano. Se mesa la perilla con una mano adornada por un anillo de plata y recuerda su trabajo en un centenar de películas, la mayoría con directores de terror: Jesús Franco, Amando de Ossorio... Pero no se ha movido sólo en la serie B. Participó en la Cleopatra de Mankiewicz, fue sacerdote en Conan con Schwarzenegger, y el coleccionista de libros Victor Fargas en La novena puerta de Polanski. Ha rodado con Milos Forman y Ridley Scott; también con Rocío Jurado y Manolo Escobar. "Soy actor, y he trabajado en lo que he podido", cuenta.

Odia las fronteras y le molesta el debate sobre orígenes y nacionalidades
Ser extranjero le ha servido en el cine porque "el forastero siempre es el malo"
Taylor ha rodado con Mankiewicz, Polanski, Forman o Ridley Scott
Próximamente estrenará en Atenas una obra suya, 'Óscar y Federico'
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Taylor asume sin traumas ni fatuidad ser mito del terror nacional: "Me hace gracia que la gente me recuerde por eso; ir a Miami y que vendan allí mis películas españolas". Las etiquetas no le molestan, pero las desaconseja: "Me asocian también con el western, e hice sólo tres y medio". El medio es la vida de Joaquín Murieta, un bandido que volvió imposible la vida de los estadounidenses durante la fiebre del oro. Su biografía la escribió un periodista cherokee que no ahorró detalles sobre cómo los rangers exhibieron su cabeza decapitada en una vasija llena de brandy.

Historias como esas Taylor las conoció en sus años mexicanos, cuando trabajó con Julio Alejandro, guionista de Luis Buñuel. En México frecuentó a El Indio Fernández, Ismael Rodríguez y el resto de autores de la edad de oro. Aprendió español sobre la marcha. Después, en Europa, llegó el italiano, y se defiende en francés. "Con acento, por supuesto". El eterno deje americano. "Esta obsesión por los acentos que no son el puro castellano es una rémora que tenéis desde Franco, cuando se doblaban hasta las películas argentinas", protesta suavemente.

Le molesta el debate sobre orígenes, nacionalidades. "Odio las fronteras. Es ridículo. No pertenezco a ninguna parte", se revuelve. "En América me toman por inglés, en Inglaterra por irlandés. Soy siempre el extranjero". Eso le ha servido en el cine de terror: "El forastero siempre es el malo: lo desconocido".

En España, Taylor se hizo uno de los reyes de un género mal visto, puerta para sustancias todavía poco comunes, como el erotismo. Algunas de sus películas de vampiros están llenas de desnudos y escenas de tonalidades lésbicas. "Hay a quien le excitará una chica corriendo entre lápidas. A mí, no", ataja con una fría sonrisa.

Taylor pasa velozmente por encima de muchos aspectos de su vida. De su infancia de niño actor comenta poco más que sus inicios en Macbeth; tampoco se explaya al hablar de su divorcio antes de lanzarse a la vida de trotamundos. Sólo menciona de pasada a unos padres liberales provenientes de una familia confederada. "Es cierto que soy muy reservado", reconoce. Pero incluso si hablara por los codos el misterio seguiría ahí. Incluso si volcara sus entrañas sobre la mesa daría la impresión de que sigue ocultando algo.

"La clave de mi éxito en España es mi tipo", dice. Desborda el asunto del acento para describir un conjunto inédito en la España de los sesenta: su físico estilizado, los ojos celestes y profundos. Es el porte que le consagró en el papel de nobles perversos y decadentes o sheriffs con el corazón de témpano. Jack Taylor es su tipo, y cuesta rasgarlo para ver más allá.

Fugazmente deja ver la entrada a habitaciones privadas. Escribe y dirige teatro. Siempre proyectos lejos del terreno por el que se le conoce. Es coautor y codirector de un auto sacramental, termina una versión de Fausto, y próximamente se estrenará en Atenas una obra suya, Óscar y Federico, que explora un encuentro entre Wilde y García Lorca.

No se volvió a casar, aunque cuenta que le rodean muchos amigos y no cuesta creerle. Sobre una pila de revistas de arte tiene un guión que no quiere comentar. "En la vejez me están llegando más ofertas que nunca", dice.

Accede con más placer a hablar sobre su gran pasión, la pintura y la escultura. Se levanta y corre las cortinas para una demostración. "Esta es la luz buena". Enciende una lámpara y la dirige hacia un cuadro. Es un retrato de Anton van Dyck que le pintó un colega, artista de cabecera de Carlos I de Inglaterra antes de que el propio Van Dyck le desplazara como artista de la corte. "Es magnífico". En la penumbra está su territorio. En su país privado, Taylor se olvida de otros ojos y su mirada se pierde en la pintura.

El actor estadounidense Jack Taylor, en su casa del centro de Madrid.CARLOS ROSILLO

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