Columna

¿Valencia turística?

A pesar de que algunos responsables municipales (no todos) están interesados en hacernos la vida imposible, Valencia es una de las urbes españolas en donde mayor es la calidad de vida de las personas que la habitan. Eso hay que reconocerlo. Casi nunca hay atascos de tráfico, puede recorrerse en bicicleta, dispone de un inmenso pulmón verde en el cauce del río, y cuenta con un transporte público aceptable y un clima que para sí quisieran la gran mayoría de los europeos.

Valencia tiene además un entramado arquitectónico, cultural y urbano muy estimable: la Ciudad de las Artes y las Cienci...

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A pesar de que algunos responsables municipales (no todos) están interesados en hacernos la vida imposible, Valencia es una de las urbes españolas en donde mayor es la calidad de vida de las personas que la habitan. Eso hay que reconocerlo. Casi nunca hay atascos de tráfico, puede recorrerse en bicicleta, dispone de un inmenso pulmón verde en el cauce del río, y cuenta con un transporte público aceptable y un clima que para sí quisieran la gran mayoría de los europeos.

Valencia tiene además un entramado arquitectónico, cultural y urbano muy estimable: la Ciudad de las Artes y las Ciencias (CAC), por supuesto, pero también el IVAM y el Muvim, La Lonja, el Palau de la Generalitat, la Catedral, el Mercado Central, el claustro de la Universitat, las torres de Serranos y Quart, la Estación del Norte, el Centro Histórico o los poblados marítimos. Dispone también de una huerta milenaria, el lago de La Albufera, un puerto en expansión, playas de buena calidad, una imagen gastronómica (que supera bastante la realidad), y una tradición artesana de muy digna consideración.

¿Cómo es que, a pesar de todo ello, la ciudad de Valencia nunca ha sido un destino turístico en toda regla, como lo pueda ser Florencia o Praga, por ejemplo; o, más recientemente, Barcelona y Bilbao? Una de las posibles respuestas es que aquí se han primado ciertos reclamos urbanos modernos en detrimento de aquellos otros que conforman el núcleo histórico diferencial de la ciudad, creyendo que basta con tener una Torre Eiffel para convertirse, de la noche a la mañana, en París.

Es verdad que, a veces, disponer de un hito cultural, arquitectónico o urbano singular de gran potencia, es suficiente para estimular el interés del visitante por los restantes atractivos de la ciudad. Es lo que ha ocurrido, por ejemplo, con el Guggenheim de Bilbao (85 millones de euros de inversión, que generan 230 millones de ingresos anuales y un millón de visitantes). Pero, a la postre, lo que consolida a una ciudad que desee ostentar el título de "turística" es la capacidad que ésta posea para satisfacer las múltiples y variadas demandas de sus visitantes, sea cual sea el motivo principal de su viaje. Es lo que los expertos definen como la experiencia global del turista.

Una ciudad no se convierte, por tanto, en destino turístico por el mero hecho de disponer de diversos atractivos de mayor o menor entidad, distribuidos aquí y allá en el interior de su perímetro urbano, sino por la capacidad que los profesionales de la cosa (incluida la Administración local) tengan para dotar de coherencia a todos ellos, y convertirlos en un producto genuino en el mercado, lleno de significados para el potencial visitante. Algunos pueden opinar que esto es justamente lo que se ha hecho en Valencia a lo largo de estos últimos años. Pero comprenderán que yo no me lo crea. Quizá la llegada del AVE a finales de este año pueda convertirse en otra excelente oportunidad para convencerme de lo contrario.

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