Crítica:DANZA

Obsesión por los brillos

Contabilizo en los últimos años hasta 10 versiones de Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca, en el terreno de la danza-teatro. Sigue a la cabeza por su calidad la de Rafael Amargo de 2002 (con el memorable filme de Juan Esterlich y una colaboración de Manuel Segovia). Cítense las de Fernando Lima (Sevilla, 1998); el camaleónico Dito von Reigersberg (2006); o la más reciente de María Bonilla (Costa Rica, 2009).

La coreógrafa Blanca Li ha intentado una especie de musical que se queda en una atropellada consecución de escenas (la mayoría de revista), algunas menos felices qu...

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Contabilizo en los últimos años hasta 10 versiones de Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca, en el terreno de la danza-teatro. Sigue a la cabeza por su calidad la de Rafael Amargo de 2002 (con el memorable filme de Juan Esterlich y una colaboración de Manuel Segovia). Cítense las de Fernando Lima (Sevilla, 1998); el camaleónico Dito von Reigersberg (2006); o la más reciente de María Bonilla (Costa Rica, 2009).

La coreógrafa Blanca Li ha intentado una especie de musical que se queda en una atropellada consecución de escenas (la mayoría de revista), algunas menos felices que otras, que tratan de manera elemental y hasta epidérmica la grandeza de este texto, según Bloom, uno de los más intensos jamás escritos, con sus enigmas, sus meandros y sus leyendas, una sustancia viva que se agita desde la letra misma y que parece perseguir aún hoy hasta al destino del manuscrito.

POETA EN NUEVA YORK

Centro Andaluz de Danza. Coreografía: Blanca Li; música: Tao Gutiérrez; escenografía: Pierre Attrait; vestuario: Paco Delgado; luces: Jacques Chatelet. Teatros del Canal. Hasta el 28 de febrero.

El baile carece de entidad. Hay mucho ajetreo, pero poca síntesis coreútica

Poeta en Nueva York es un universo desgarrado donde la respiración lírica se atenaza con una urgencia casi carnal, se da la mano hacia una textura dramática y potente. Cualquier seguimiento escénico literal es un disparate, y en parte por esto la propuesta de Blanca Li es fallida. Desde el principio, cuando un señor vestido de plateado atraviesa la escena con una maletita de diseño, hay algo que chirría, se hace tópico. La obsesión por los brillos argentados llega al suelo espejado; hay un daliniano huevo gigante y una malla refulgente cubre el cuerpo de la protagonista. Tras ingente esfuerzo, aquellos fragmentos no casan. Concebido en origen para el teatro del Generalife de Granada, la transposición al escenario convencional ya le hace sufrir lo suyo a este Poeta... Poco afortunado está también el vestuario, en esa obsesiva querencia por las lentejuelas y otras baraturas.

En el cuadro habanero se roza el límite, lo que demuestra que quienes han hecho la obra ni se han enterado de con quiénes se vio Federico en La Habana. Mostrar un ambiente arrabalero de descamisados y vulgares acentos llenos de obviedad como el cimbreo de caderas, exuberantes mulatos, lluvia erótica, flores y más caderas, empeora el cuadro. También hay abundante sangre (falsa) en un apogeo gore que no viene a cuento. Y más proyecciones, escaleras, fuego (real), un mareo que, por acumulación, provoca saturación en el espectador. Blanca Li baila dos números (saben a poco); ella conserva su fuerza, su amplitud de movimientos, su concentración no exenta de cierta rudeza, que es parte de su estilo y su imán.

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Lo mejor es sin duda una Carmen Linares en estado de gracia. Con su expresiva madurez, con una densidad y una dicción de tierna claridad, la cantaora aporta los dos o tres momentos de mayor altura artística de la velada. Javier Viana, sin artificio, dice con corrección los versos del poeta y el público debe quedarse con eso, como una salvación, o referencia trascendente que atraviesa escenificación y florilegios. El baile en sí mismo carece de entidad. Hay mucho ajetreo, pero poca síntesis coréutica.

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