Crítica:DORMIR

Complicidad rústica

Hotel Restaurante Katxi, nueve habitaciones con estilos diferentes en la vizcaína Morga

Existe porque a Myriam Galarza se le antoja, pero el negocio radica en el restaurante que su marido, José Ramón Ormaetxea, gestiona desde hace décadas en la aldea caminera de Andra Mari, perteneciente al municipio vizcaíno de Morga. Un lugar frecuentado por gente de paso y especializado en banquetes de peso, si bien ungido con las inmejorables credenciales de la cocina popular vasca. Da gusto pararse a comer ahí.

Al otro lado del complejo se encuentra Katxi, el hotel, ...

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Existe porque a Myriam Galarza se le antoja, pero el negocio radica en el restaurante que su marido, José Ramón Ormaetxea, gestiona desde hace décadas en la aldea caminera de Andra Mari, perteneciente al municipio vizcaíno de Morga. Un lugar frecuentado por gente de paso y especializado en banquetes de peso, si bien ungido con las inmejorables credenciales de la cocina popular vasca. Da gusto pararse a comer ahí.

Al otro lado del complejo se encuentra Katxi, el hotel, que comparte finca con el restaurante, pero no está adosado a él. Myriam Galarza es el alma única del pequeño establecimiento nocturno, desde luego. Sabe que el escenario no le acompaña, pues ella se lo encontró todo hecho cuando le tocó en suerte regentarlo, fruto de un acuerdo familiar en el que ha tenido parte, pero no arte.

Hotel Restaurante Katxi

PUNTUACIÓN: 6,5

Categoría oficial: 2 estrellas. Dirección: Andra Mari. Morga (Vizcaya). Teléfono: 946 27 07 40. Internet: www.katxi.com. Instalaciones: jardín, salón de estar, comedor de desayunos, restaurante en otro edificio dentro del complejo. Habitaciones: 1 individual, 4 dobles, 4 suites. Servicios: algunas habitaciones adaptadas para discapacitados; mascotas no admitidas. Precios: desde 86 euros + 7% IVA; desayuno, 14 euros + 7% IVA.

Más que un caserío, se diseñó un chalé campestre con floripondios, arquitectura intencionadamente rústica y un mobiliario de añoranzas anticuarias. Sólo la sensibilidad que destila Myriam Galarza a flor de piel levanta el ánimo del viajero e imprime un aire culto al hotel. Por sus ojos mira el espíritu del lugar. Su hospitalidad se nota sobre todo en los detalles, en el regusto clásico y un dietario sensorial del agasajo, perceptible sobre todo a la hora del desayuno, mimado con delicadas elaboraciones personales. Su litúrgico recibimiento, más que una ceremonia de bienvenida, es casi un grito de reivindicación laboral.

Luz y calor

Ese gesto se transmite en el manierismo de las habitaciones, todas diferentes, teatrales, caracterizadas para lograr de inmediato una plena complicidad emocional con el huésped. Salvaje y pura. Luz y calor. Colores de oriente. Calor y trópico. Amplia y rústica. Colonial. Lolita... Sus nombres lo dicen todo. A veces se cae en el recargamiento de telas, gasas, cristalerías, apliques dorados, mobiliario adusto, alfombras palatinas. En general exhiben calidad en las camas, en el suelo radiante, en la cosmética de marca, en el equipamiento electrodoméstico (conexión wi-fi, canales de televisión por satélite...).

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Antes de cerrar la estancia, el jardín invita a un paseo meditabundo. Y la balconada, a ensimismarse un rato con el paisaje, ese horizonte boscoso y jugoso que pronto desaparecerá si se cumplen los planes del Ayuntamiento de construir alrededor una urbanización al uso. Lo natural en un país hasta ahora bastante ajeno a la fiebre del ladrillo. Si Myriam Galarza no lo impide.

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