Columna

No es lo que parece

No acabo de entender el por qué de la buena imagen que las palomas tienen entre poetas, pintores y artistas en general. Cuando alguien quiere representar elevados sentimientos, como la paz o la solidaridad, ahí está el frágil animalito, con la rama de olivo colgando de su maldito pico, para plasmarlos. Y sin embargo, cuando se le conoce de cerca, resulta difícil encontrar un ser más sucio y egoísta. Quizá en otras partes del mundo, éstas se comporten de la manera simpática y candorosa que reflejan los cuadros de Picasso o los poemas de Alberti; pero aquí, en Valencia, las palomas son seres ese...

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No acabo de entender el por qué de la buena imagen que las palomas tienen entre poetas, pintores y artistas en general. Cuando alguien quiere representar elevados sentimientos, como la paz o la solidaridad, ahí está el frágil animalito, con la rama de olivo colgando de su maldito pico, para plasmarlos. Y sin embargo, cuando se le conoce de cerca, resulta difícil encontrar un ser más sucio y egoísta. Quizá en otras partes del mundo, éstas se comporten de la manera simpática y candorosa que reflejan los cuadros de Picasso o los poemas de Alberti; pero aquí, en Valencia, las palomas son seres esencialmente molestos. Lo siento por los colombófilos, pero así es. Además, están tan acostumbradas a deambular entre humanos que han perdido ya todo respeto por las normas más elementales de convivencia. Ni te piden permiso para ocupar la terraza de tu propiedad, ni se echan a volar hasta que no te ven cabreado blandiendo una escoba.

No debería sorprenderme. En cierto modo, las palomas urbanas no son más que un símbolo más de esa distancia cada vez mayor que existe entre lo que parece y lo que realmente es. Me ocurre con las palomas, y también me ocurre últimamente con Rajoy cuando habla de economía. Pontifica con tanta autoridad del asunto que dan ganas de cederle por decreto el puesto de presidente y sentarse a esperar que nos saque de este monumental embrollo (montado, todo hay que decirlo, por sus colegas de ideología liberal, tan escasamente partidarios de la regulación pública).

Si Rajoy es un experto economista, tendrá que demostrarlo con hechos. Pero, de entrada, su reciente predicción de que cuando él gobierne, bajará el paro, resulta cuando menos desconcertante. No hace falta ser Nostradamus para saber que si, efectivamente, ganara las próximas elecciones, el paro sería menor. Pero no porque él llegue al Gobierno, sino porque el ciclo económico ya habrá remontado para entonces (eso espero). Lo cual no es necesariamente verdad si lo consigue cuatro años después, en 2016, puesto que podría tocarle, precisamente a él, el inicio de uno nuevo, y entonces tendría que tragarse sus propias palabras, como le ocurrió a Zapatero.

Algo similar ocurre cuando, en un alarde de audacia política, propone congelar el sueldo a los funcionarios, sin darse cuenta, ay, de que lo que plantea como una medida de heroica austeridad, en realidad es un gran avance respecto del período socialista, en el que los funcionarios vieron reducirse sistemáticamente sus salarios reales.

Y por cierto, si lo que quiere es crear empleo, y rápido, le sugiero que se deje de zarandajas y proponga, tal como aconseja la doctrina liberal, la desregulación inmediata del ejercicio de su propia profesión, el de registrador de la propiedad; y de paso, las de notario, taxista, farmacéutico, estanquero, lotero y todas esas otras actividades aisladas de la competencia bajo el amparo público, en lugar de votar en contra de la Ley Ómnibus, como acaba de hacer en un alarde de irresponsabilidad manifiesta.

Sinceramente, no esperaba tanta incoherencia en quien optó acertadamente por la gaviota, en lugar de por la paloma, como símbolo de su identidad partidaria.

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