Columna

Revolución

"La propiedad es un robo". ¿Quién me iba a decir a mí, señor Ibarra, que a estas alturas iba a encontrarme con usted enarbolando esa emocionante consigna de mi juventud? De lo de mi primo, no le digo nada, aunque me sorprende que, siendo usted más virtual que su frutero, ignore que en Internet existen procedimientos para comprar una sola canción. Al hacerlo, eso sí, un porcentaje del precio de la descarga irá destinado al creador del programa. Lo mismo pasa con el precio de las fregonas y de las maletas con ruedas, sujetas a patentes industriales, los derechos de autor de los inventores, una r...

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"La propiedad es un robo". ¿Quién me iba a decir a mí, señor Ibarra, que a estas alturas iba a encontrarme con usted enarbolando esa emocionante consigna de mi juventud? De lo de mi primo, no le digo nada, aunque me sorprende que, siendo usted más virtual que su frutero, ignore que en Internet existen procedimientos para comprar una sola canción. Al hacerlo, eso sí, un porcentaje del precio de la descarga irá destinado al creador del programa. Lo mismo pasa con el precio de las fregonas y de las maletas con ruedas, sujetas a patentes industriales, los derechos de autor de los inventores, una reglamentación tan antigua que arquitectos como Gaudí, o Le Corbusier, diseñaron ya objetos, aparte de edificios, y cobraron por ellos.

Pero olvidemos estas menudencias y, como decían los libertarios en 1936, con resultados por otra parte bien conocidos: "No hagamos la guerra; hagamos la revolución, que es más bonita". Y tan bonita, porque con sus argumentos, el techo es el infinito. Si las palabras que yo escribo no me pertenecen, porque provienen de muchas otras escritas antes... ¿Qué decir de las grandes fortunas, del capital de los banqueros, del mismísimo Patrimonio Nacional? A usted, que es socialista, no le voy a explicar yo lo que es la plusvalía pero, resumiendo, si existen los billetes de 500 euros, ¿por qué limitar la revolución a las palabras?

Por si no es partidario de llegar tan lejos, le recuerdo que, antes de que existieran los derechos de autor, tan reaccionarios en su opinión, los creadores eran los bufones de los poderosos, que compraban su obra por una miseria. ¿Recuerda usted la dedicatoria de El Quijote? Cervantes no tenía más remedio, pero su actitud evoca humillaciones más recientes, fruto de la política de subvenciones de algunos Gobiernos contemporáneos. A ver si va a ser eso lo que echa usted de menos.

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