Un equipo para la historia

Y el círculo se cuadró

¡Lo sabía! Te quedas 10 minutos dormido mientras te llevan al estadio y, en vez de trasladarte en la distancia, lo hacen en el tiempo y este taxista debe tener poderes y me ha traído a Valencia. ¿A Valencia? Sí, lo siento, a Valencia. O eso al menos es lo que he pensado cuando he llagado a la Fan Zone del estadio, donde las camisetas rojiblancas eran mayoría, donde las voces de los blanquirrojos eran abrumadoramente superiores a las de los seguidores blaugranas, donde una pancarta con un león enorme animaba a los suyos, a los contrarios de los culés, a los pincharatas. ¿Estoy en ...

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¡Lo sabía! Te quedas 10 minutos dormido mientras te llevan al estadio y, en vez de trasladarte en la distancia, lo hacen en el tiempo y este taxista debe tener poderes y me ha traído a Valencia. ¿A Valencia? Sí, lo siento, a Valencia. O eso al menos es lo que he pensado cuando he llagado a la Fan Zone del estadio, donde las camisetas rojiblancas eran mayoría, donde las voces de los blanquirrojos eran abrumadoramente superiores a las de los seguidores blaugranas, donde una pancarta con un león enorme animaba a los suyos, a los contrarios de los culés, a los pincharatas. ¿Estoy en Abu Dabi o en la Valencia, que acogió la final de la Copa donde, también, los rojiblancos [del Athletic] eran mayoría?

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Me consuelo pensando que esta vez mis energías van a tener una única dirección, un único destinatario. Me entretengo descifrando unas cuantas pancartas de unos y de otros, me gustan esas que se ven llenas de viejas costuras, desgastadas, con recuerdos de batallas ganadas y perdidas y que hoy se van a desplegar para trasladar el aliento a los jugadores, el aliento de los de hoy y de los de antes, de quienes ahora están presentes en el estadio y de los que se quedaron en sus casas.

No, hoy no es Valencia, hoy toca ver, sufrir y disfrutar, en el Zayed Sports City de Abu Dabi y esos otros perseguidores de sueños que visten la camiseta rojiblanca son los seguidores de Estudiantes de La Plata.

Sueñan los pincharatas durante muchos minutos y el Barça se atasca. Los minutos corren haciendo realidad aquello que ya adivinó Einstein hace años de que el tiempo es una unidad relativa y lo que para el Barça se escurre de forma irremisible para el Estudiantes se convierte en segundos de plomo que parecen no querer llegar al 90 definitivo. El Barça recupera sus señales de identidad, entre Pedro y Jeffren, y hacen el campo amplio, ancho, enorme para poder ser defendido por los 10 jugadores argentinos con Verón al frente, que se dejan sangre, sudor y toda la implicación que se le puede pedir a un profesional. Toda y más, mucha más, ya que tocan con la punta de los dedos un trofeo que una vez más parece escurrirse en las manos culés. Llega el minuto 89 y ya pienso en el titular que resumirá esta columna: Se demostró, la perfección no existe. Efectivamente, el año perfecto del Barça se escurría entre las oportunidades erradas, los nervios, el querer más que el poder. El año perfecto finalizaba con un resultado que metía a Estudiantes en la historia y dejaba al Barça, decepcionado, cansado, triste.

Cierto que he pensado en un momento que, tal vez, estaba bien que la temporada perfecta no existiese, me decía a mí mismo que estaba bien que el fútbol fuera, una vez más, real como la vida misma. Ya saben, en nuestro día a día, no es la perfección lo que se diría que impera ni en cada hora ni en cada día ni en cada año.

Y cuando ya la persiana empezaba a bajarse y la cosa estaba finiquitada, Piqué busca un balón aéreo con la determinación de quien sabe que aquella era la última del partido y Pedro, desde hoy Pedro milagro, como si de un cuento clásico se tratara, hacía un gol con la parte del cuerpo que todavía no había utilizado para marcar, y gol de cabeza. Definitivamente, ya todo es posible. ¿Se podrá, finalmente, cuadrar el círculo?

Sí, definitivamente, hoy y aquí todo es posible. Messi se inventa un gol de pecho, ahora que el tema taurino está a debate en Catalunya y deposita la pelota en la red. Y corre con la cara del niño que es, feliz, desbocado, gritando un gol que cerraba 18 meses llenos de belleza, hermosura, pasión y fútbol. Y cuando Guardiola lloró desbordado de emociones, lo reconozco, lloré con él. Con la certeza de haber sido testigo de un logro histórico, con la certeza de que aquel a quien invitaba a subir conmigo los 39 escalones de Wembley, tiene ganado el derecho al descanso del guerrero tras la labor cumplida.

Y ahora sólo me queda una duda, Pep: Ahora, con tantos regalos como hemos tenido en este año, ahora, dime, ¿Qué le pedimos a los Reyes Magos?

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