Crítica:TEATRO

Lawers, el patriarca

Relato melancólico tejido en torno a la sobrecogedora colección de arte africano que Jan Lauwers recibió a la muerte de su padre, concierto en el que se celebran y bailan los hitos de ese relato, galería de arte puesta en escena, pequeña fiesta íntima abierta a la curiosidad del público, La habitación de Isabella es un ejemplo original de un tipo de teatro en auge, larga y a menudo torpemente imitado.

Un teatro narrativo, con diálogos escasos, dónde personaje y actor se confunden, hecho de cara al público, sin drama, cuarta pared ni acontecimientos sucedidos fuera de campo. Un te...

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Relato melancólico tejido en torno a la sobrecogedora colección de arte africano que Jan Lauwers recibió a la muerte de su padre, concierto en el que se celebran y bailan los hitos de ese relato, galería de arte puesta en escena, pequeña fiesta íntima abierta a la curiosidad del público, La habitación de Isabella es un ejemplo original de un tipo de teatro en auge, larga y a menudo torpemente imitado.

Un teatro narrativo, con diálogos escasos, dónde personaje y actor se confunden, hecho de cara al público, sin drama, cuarta pared ni acontecimientos sucedidos fuera de campo. Un teatro postdramático, en el cual el encanto de los intérpretes lo es todo, porque a su autor y director la psicología de los personajes no le interesa, y porque el contacto con el espectador es frontal, casi de tú a tú.

Isabella's Room

Autor y director: Jan Lauwers. Intérpretes: Viviane De Muynck, Anneke Bonnema, Hans Petter Dahl, Maarten Seghers, Julien Faure. Música: H. P. Dahl

y M. Seghers. Madrid. Teatro Español. Del 11 al 14 de noviembre.

Cuando, al principio, el propio Lauwers (que, como Kantor, está en escena supervisando la buena marcha de los acontecimientos) presenta a su trouppe como el líder de un grupo rock presentaría a sus músicos, está marcando al público la manera en que debe relacionarse con su espectáculo. La habitación de Isabella es un chorro de luz, una sinfonía que nos acuna con las maravillosas composiciones de Hans Petter Dahl y Maarten Seghers, interpretadas a coro, y un ejercicio de melancolía, que no gustó a quienes buscan en el teatro pura emoción dramática.

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