Crítica:TEATRO

Pasen, vean, sueñen

Piso de charol es la magia de Hausson ambientada en el universo de Busky Berkeley, el creador del gran musical del Hollywood de la década de 1930. Es decir, que entre las imágenes de películas como El cantor de jazz y 42nd Street que aparecen proyectadas en el fondo, entre esos coros de chicas sonrientes y piernas alegres que componen hipnotizantes figuras caleidoscópicas, entre las composiciones de Duke Ellington, entre los focos puntuales sobre los intérpretes y el humo que sale por las bambalinas y ciega los ojos, como diría Irene Dunne, de repente, un pajarito desaparece de s...

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Piso de charol es la magia de Hausson ambientada en el universo de Busky Berkeley, el creador del gran musical del Hollywood de la década de 1930. Es decir, que entre las imágenes de películas como El cantor de jazz y 42nd Street que aparecen proyectadas en el fondo, entre esos coros de chicas sonrientes y piernas alegres que componen hipnotizantes figuras caleidoscópicas, entre las composiciones de Duke Ellington, entre los focos puntuales sobre los intérpretes y el humo que sale por las bambalinas y ciega los ojos, como diría Irene Dunne, de repente, un pajarito desaparece de su jaula para aparecer ¡en el interior de una bombilla! Magia, ilusionismo y glamour. Junto a la elegante estética del blanco y negro, del Cotton Club de Harlem con sus burbujeantes copas de champaña, de las playas de antaño con las casetas y las sombrillas de mano, las ágiles manos de Hausson tan pronto parecen crear de la nada un montón de monedas como varios juegos de naipes.

PISO DE CHAROL

Dirección: Hermann Bonnín. Ilusionista: Hausson. Partenaire: Neva Torres. Iluminación: Pep Barcons. Escenografía: Manolo Trullás. Movimiento: Toni Mira. Brossa Espai Escènic. Barcelona, hasta el 6 de diciembre.

La joven Neva Torres, que ya acompañó a Hausson en Style Galant. Polifonía Màgica, vuelve a ser su partenaire. Y lo hace con una soltura deliciosa. Es expresiva, atrevida con el play back (tanto de voz como de pies en un número de claqué) y, más aún, temeraria, pues no duda en meterse en el interior de una de esas cajas con forma de torre -en concreto, con la silueta del Empire State Building- para verse seccionada y al rato reconstruida como si no hubiera pasado nada. O empequeñecida hasta que su cabeza roza sus zapatos rojos al ritmo de la manivela que Hausson acciona. Es lo que tiene el ilusionismo. El reducido espacio del Brossa, además, juega a favor del público: las distancias cortas aumentan nuestra capacidad de asombro. Y, por mucha magia que hayamos visto, por mucho que conozcamos algunos números de este artista que se inició a los nueve años en el arte del gato por liebre, uno no puede dejar de asombrarse ante, por ejemplo el número del anillo: un anillo que pasa del interior de un pañuelo al interior de una cajita que sale por una especie de máquina tragaperras, como si fuera un chicle, y sin que nadie lo haya tocado. Y les aseguro que me fijo en esas cosas. De hecho, conseguí ver cómo una carta se deslizaba por la manga de Hausson durante uno de los números. ¡Aja!, pensé, esto tiene truco. Pero ya me dirán dónde está el del número del móvil. Porque los espectadores intervienen y deciden. Y en éste escriben unos números y después se suman. Y dos y dos son cuatro. Pero no les voy a contar nada más porque no me van a creer. Para ello, hay que entrar en el Piso de charol y dejarse guiar.

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