Crítica:TEATRO

Un montaje infiel

Me encanta Oscar Wilde. Su lucidez es tan frívola y su ingenio tan afilado que me entran ganas de imitar a sus deliciosos personajes cada vez que le leo y soltar perlas como: "El amor es algo maravilloso. Cuando un hombre ha amado a una mujer es capaz de hacer cualquier cosa por ella, excepto ¿seguir amándola?". No me pasa lo mismo, sin embargo, cuando veo a esos personajes en escena, al menos en las dos últimas producciones catalanas, ambas dirigidas por Josep Maria Mestres. La de El ventall de Lady Windermere ya me pareció una catalanada por cómo barría hacia casa nostra los mo...

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Me encanta Oscar Wilde. Su lucidez es tan frívola y su ingenio tan afilado que me entran ganas de imitar a sus deliciosos personajes cada vez que le leo y soltar perlas como: "El amor es algo maravilloso. Cuando un hombre ha amado a una mujer es capaz de hacer cualquier cosa por ella, excepto ¿seguir amándola?". No me pasa lo mismo, sin embargo, cuando veo a esos personajes en escena, al menos en las dos últimas producciones catalanas, ambas dirigidas por Josep Maria Mestres. La de El ventall de Lady Windermere ya me pareció una catalanada por cómo barría hacia casa nostra los modos y maneras victorianos, pero al menos se ceñía a la época. Un marit ideal no cuenta ni con eso. Situada la acción en la actualidad, la versión de Mestres y Jordi Sala es un recorta y pega con algún que otro añadido y alguna que otra poda cuya resolución escénica barre toda huella del propio Wilde. Están sus epigramas, pero al verse sacados de su contexto original y expresados con la rusticidad de la que hacen gala deliberadamente algunos personajes, la cosa queda en un no sé qué muy cansino. Y la prueba es que el público no entró en la comedia hasta que Joel Joan decantó su Arthur Goring hacia el personaje de Plats bruts.

UN MARIT IDEAL

De Oscar Wilde. Traducción: Jordi Sala. Dirección: Josep Maria Mestres. Con Joel Joan, Abel Folk, Sílvia Bel, Mercè Pons, Anna Ycobalzeta. Teatro Goya. Barcelona, 26 de octubre.

Vale, no es fácil trasladar una pieza de Wilde al escenario. Su lectura es un deleite; pero claro, tanto diletantismo en boca de unos personajes a cuál más ingenioso se hace difícil de plasmar con el ritmo adecuado para que cuaje y el espectador disfrute de lo que se supone que ha de ser una alta comedia. Y lo más alto de esta producción es Joel Joan, que debe rozar el 1,90. Porque la comedia que se nos ofrece es bien rastrera. Para que se hagan una idea, pues ya la versión peca de ello, si en el original el peligro de caer en la intelectualidad es que alarga las narices de las jóvenes, como comenta Lady Markby, aquí ensancha sus culos. Y con esto estaría todo dicho si no fuera porque, además, a nivel actoral la elegancia de las criaturas de Wilde se ve sustituida por un provincianismo barriobajero en algunos casos. Los intencionadamente groseros movimientos de Anna Ycobalzeta convierten a su Gina Chiltern en una especie de Belén Esteban en risueño; Carmen Balagué es una Lady Markby más plasta que encantadora, y a Sílvia Bel le falta cerrar sus magníficas piernas cuando se sienta si quiere aparentar la exquisitez de Mrs. Chevely. Menos mal que los Chiltern de Mercè Pons y Abel Folk muestran un comedimiento más acorde con la alta sociedad a la que pertenecen.

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