Análisis:EL ACENTO

Sueños de altura

Dos pilotos al mando de un avión que despegó de San Diego (California) se olvidaron de aterrizar en Minneapolis (Minnesota), su punto de destino. Sólo descubrieron su error a unos 240 kilómetros del aeropuerto en el que se les esperaba, tras recibir infructuosas y cada vez más angustiosas advertencias de los controladores aéreos. Según la explicación de los pilotos, estaban tan enzarzados en una acalorada discusión sobre la política de la compañía, la Northwest Airlines, que el tiempo se les pasó, por así decir, volando. De acuerdo con las sospechas de los investigadores, en cambio, los piloto...

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Dos pilotos al mando de un avión que despegó de San Diego (California) se olvidaron de aterrizar en Minneapolis (Minnesota), su punto de destino. Sólo descubrieron su error a unos 240 kilómetros del aeropuerto en el que se les esperaba, tras recibir infructuosas y cada vez más angustiosas advertencias de los controladores aéreos. Según la explicación de los pilotos, estaban tan enzarzados en una acalorada discusión sobre la política de la compañía, la Northwest Airlines, que el tiempo se les pasó, por así decir, volando. De acuerdo con las sospechas de los investigadores, en cambio, los pilotos se quedaron simple y llanamente dormidos. Por fortuna, el incidente sólo se saldó con un retraso y, es de suponer, con el consiguiente enfado de los pasajeros que no pudieran acudir puntualmente a sus citas. A la hora de alegar alguna excusa, nadie les habría creído si hubieran explicado exactamente lo que pasó: que los pilotos sobrevolaron Minneapolis enfrascados en sus asuntos, fueran los que fuesen.

Nadie puede poner en duda que la aeronáutica sea una ciencia sinceramente preocupada de aprender de los errores. Y el caso de la Northwest Airlines no debería constituir una excepción, por más que resulte difícil extraer las enseñanzas. Si los pilotos dijeron la verdad, las autoridades aeronáuticas no tendrán otro remedio que exigir de las compañías una prueba adicional para las tripulaciones. No bastará con que los pilotos demuestren su pericia traducida en horas de vuelo; además, tendrán que estar de acuerdo en todo con sus segundos. Si una diferencia de opinión sobre la política de la compañía puede hacer que se olviden de aterrizar, más vale no pensar en lo que sucedería si sus discrepancias versaran sobre asuntos más espinosos.

Pero si se confirman las sospechas de los investigadores, quienes aspiren a tripular una aeronave deberán demostrar que no tienen sueños de altura. Entiéndase bien. No es que se les exija renunciar a aquello que en la mayor parte de los casos les llevó a convertirse en pilotos. Lo único que se les pediría es que no se duerman a los mandos.

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