Reportaje:

Hora punta en el espacio aéreo

El Ayuntamiento de Boqueixón intenta calmar a tres aldeas, alarmadas por los planes para Lavacolla de Aena, que se reserva todo el monte hasta las casas

Aún no se ha definido una peste del trasiego aéreo, pero en la parroquia de Loureda, en Boqueixón, los vecinos miran al cielo cada vez que al levantarse descubren que "los nabos, las cebollas y los grelos" se han puesto negros. La verdura se quema y los árboles crecen más despacio de lo normal. La zona donde más se nota el efecto del vuelo rasante de los pájaros de hierro, según Ana Rubio, erigida en portavoz de los vecinos, es bajo el pasillo aéreo, esa autopista invisible que trazan casi todos los aviones que despegan de Lavacolla vayan adonde vayan.

Debajo de este corredor se sitúan ...

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Aún no se ha definido una peste del trasiego aéreo, pero en la parroquia de Loureda, en Boqueixón, los vecinos miran al cielo cada vez que al levantarse descubren que "los nabos, las cebollas y los grelos" se han puesto negros. La verdura se quema y los árboles crecen más despacio de lo normal. La zona donde más se nota el efecto del vuelo rasante de los pájaros de hierro, según Ana Rubio, erigida en portavoz de los vecinos, es bajo el pasillo aéreo, esa autopista invisible que trazan casi todos los aviones que despegan de Lavacolla vayan adonde vayan.

Debajo de este corredor se sitúan las 19 casas que ahora Aena se ha comprometido a insonorizar, porque dentro de las viviendas se superan los 65 decibelios de día y los 55 de noche. En el resto de los domicilios, unos 60 inmuebles repartidos entre las aldeas de Loureda, Pena y A Moa, los vecinos tienen que interrumpir cualquier conversación telefónica hasta que pasa el avión. Y algunos aseguran que los muebles "retiemblan" y que las vacas, en este extremo donde Boqueixón linda con Santiago, andan bastante "estresadas".

"La gente que viene de visita nos pregunta cómo podemos vivir aquí"
Otra fase del aeropuerto terminó engullendo la aldea de Lamarelle

"Tengo 42 años y ya nací con los aviones pasando por encima todo el día", cuenta la ganadera Saladina Midón, a gritos, mientras atruena en el cielo un aparato que despega. "Pero la gente que viene de visita nos pregunta cómo podemos vivir aquí". La casa de Saladina, recién rehabilitada, no aparece en la lista de las que Aena considera que deben ser insonorizadas, y ni siquiera está construida bajo el corredor aéreo. Pero los aviones se oyen igual, y los del Ejército, los particulares y los de extinción de incendios, que andan más a su bola, sí que cruzan por encima de la parra que cubre la fachada. La vivienda tiene dobles ventanales nuevos que evitan que entre el frío, pero que no consiguen ensordecer el bramido aéreo. En Loureda, el avión de las ocho menos cuarto ha dejado sin empleo al gallo madrugador.

Los habitantes de estas tres aldeas, en total más de 100 personas, han llevado con resignación todos estos años las molestias que les causa su vecino el aeropuerto. "Llevamos toda la vida así, deixando que mexen por nós", comenta otra vecina, "¿y qué vamos a conseguir nosotros, en estos lugares que nadie conoce?". Pero ahora un temor les empuja a unirse, a adelantarse a un desastre probable, previsible "en ocho o 20 años, no se sabe", pero que se cierne sobre sus cabezas en forma de borrador de plan director. El documento que, según Ana Rubio, los sentencia es la revisión, ocho años después, del Plan Director del Aeropuerto de Lavacolla, publicado en 2001. Según Aena, las actuaciones previstas, de momento, son únicamente la reforma de la terminal de pasajeros, la construcción de una zona de carga y descarga y la ampliación del aparcamiento. Pero el borrador en el que se perfila el futuro crecimiento del aeropuerto de Santiago, reserva todo el monte, propiedad de los vecinos, que va desde la cabecera de pista 35, a un kilómetro de Loureda, hasta la misma puerta de una de las casas.

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Todas estas tierras quedan, de esta manera, supeditadas a los intereses de Aena, lo mismo que el plan general de ordenación municipal, que no puede proyectar nada en el lugar. Porque el espacio que ahora ocupan unas cuantas leiras y unas hectáreas de eucalipto sería el idóneo, según los técnicos de Fomento, para, sin fecha y una vez expropiado, ampliar la pista del aeropuerto en unos 300 metros y construir la zona de frenado de emergencia que hoy no existe en esta cabecera sur. Ana Rubio lee y relee la revisión del plan director y no ve alternativa. Tiempo al tiempo, y Loureda morirá sepultada, como ya desapareció hace años, engullida por otra de las ampliaciones de Lavacolla, la aldea de Lamarelle (término municipal de Santiago). "La ampliación de la pista es un hecho consumado, el plan prevé el aumento del tráfico, la escala de aviones enormes, transoceánicos, más contaminación y la disminución de los recursos hídricos", denuncia la portavoz de los vecinos. Los de Loureda hablan de constituirse en asociación de afectados, y pagar a escote un abogado para defenderse. De momento, han presentado ante Aena y la Xunta 123 firmas para mostrar su rechazo al plan.

Ayer por la noche, el alcalde de Boqueixón, el popular Adolfo Gacio, se reunió con los vecinos en el local social de la parroquia para aplacar los ánimos, pero buena parte de los convocados salieron de la cita como entraron. Lo que más les duele a todos es "el tema del agua". "En el momento en que se amplie la pista construirán un talud de 60 metros de altura" sobre los tres caudalosos manantiales que surten a los vecinos. "Acabarán con nuestras fuentes, y el talud cambiará las escorrentías. Se nos van a anegar todas las casas", augura la representante vecinal.

El agua que brota de dos de los manantiales llega canalizada a la explotación de Saladina y da de sobra para el uso doméstico y para abrevar a las 79 frisonas. Cada una de estas vacas, cuya leche termina yendo a parar a Queixería Bama, bebe unos 80 litros al día. Si alguna vez el agua deja de manar, o si llega contaminada, Saladina cerrará la granja. "Con lo que nos dan ahora por la leche a los ganaderos, no voy a poder pagar la traída".

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