Tribuna:Camino al Mundial de Suráfrica 2010

Viaje al reino de la infancia

La noche del miércoles, vi el partido que disputaron Argentina y Uruguay. Vi el partido, digo. Fútbol no vi, o vi muy poco.

Y quién sabe por qué, la memoria me trajo, desde la infancia, mi primer Mundial. Fue en el estadio de Maracaná, en 1950. La tarde de la final entre Brasil y Uruguay, yo estuve allí, mágicamente conducido por la voz cascada de Carlos Solé, que transmitió el partido por radio.

Y recordé, como si fuera ahora, el gol de Brasil. Uno a cero. Estábamos fritos. Entonces me arrodillé, recé y musité una promesa. Supongo que Dios no estaba sordo, porque ocurrió el mila...

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La noche del miércoles, vi el partido que disputaron Argentina y Uruguay. Vi el partido, digo. Fútbol no vi, o vi muy poco.

Y quién sabe por qué, la memoria me trajo, desde la infancia, mi primer Mundial. Fue en el estadio de Maracaná, en 1950. La tarde de la final entre Brasil y Uruguay, yo estuve allí, mágicamente conducido por la voz cascada de Carlos Solé, que transmitió el partido por radio.

Y recordé, como si fuera ahora, el gol de Brasil. Uno a cero. Estábamos fritos. Entonces me arrodillé, recé y musité una promesa. Supongo que Dios no estaba sordo, porque ocurrió el milagro. Ganamos dos a uno.

Afortunadamente, olvidé la promesa no bien terminó el partido. Gracias a esa súbita amnesia, me salvé de vivir susurrando padrenuestros noche y día.

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En aquella consagración mundial, Uruguay no propinó patadas dignas de prisión perpetua, cometió la mitad de faltas que Brasil, jugó con dignidad y calidad, y mereció la victoria. Al menos, así lo recuerdo. Y conste que no busco refugio en el fútbol que fue, cada vez que me duele el fútbol que es.

Yo bien sé que la distancia, distancia en el mapa, distancia en el tiempo, mejora lo que toca. Todo fútbol pasado fue mejor, nos dice la memoria, muy uruguayamente. Quizá nos engaña. Quién sabe. En mi caso personal, cuando necesito recuperar la fiesta del fútbol, fiesta de las piernas que lo juegan, fiesta de los ojos que lo miran, suelo buscar las canchas improvisadas en las playas o los campitos de barrio.

Allí todavía se juega por las ganas de jugar, no por el deber de ganar. A veces esa alegría gratuita es mejor que el fútbol profesional de la tele o los estadios. Y es siempre mejor que la nostalgia.

Eduardo Galeano es escritor uruguayo, autor de los libros Las venas abiertas de América Latina y Fútbol a sol y sombra.

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