Columna

Está feo

Los niños de mi generación solíamos recibir muchas órdenes y casi ninguna explicación, pero entre las pocas que se nos brindaban había una que siempre me dejó perplejo: Está feo. De repente te pillaban con los codos encima de la mesa a la hora de comer y te largaban un sermón diciéndote que eso que habías hecho estaba muy feo. Igual de feo que decir tacos o sacarte mocos. Éramos tan poco conflictivos que los adultos, aun cojeando de lo mismo, abusaban del está feo a todas horas. Años después, al meditar sobre el asunto, llegué a la conclusión de que el motivo de aceptar está feo era que así no...

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Los niños de mi generación solíamos recibir muchas órdenes y casi ninguna explicación, pero entre las pocas que se nos brindaban había una que siempre me dejó perplejo: Está feo. De repente te pillaban con los codos encima de la mesa a la hora de comer y te largaban un sermón diciéndote que eso que habías hecho estaba muy feo. Igual de feo que decir tacos o sacarte mocos. Éramos tan poco conflictivos que los adultos, aun cojeando de lo mismo, abusaban del está feo a todas horas. Años después, al meditar sobre el asunto, llegué a la conclusión de que el motivo de aceptar está feo era que así nos librábamos de la calificación está mal. Esta sí que era peligrosa: hacer sisa en la compra, mentir descaradamente o burlarse de los ancianos estaba mal y no podía acarrear sino el castigo inmediato, cuando no la condenación eterna. Hasta los llamados pensamientos impuros (?) eran objeto de represión fulminante. Desde la perspectiva actual parece un mundo de ficción. Las generaciones que nos sucedieron comen con los codos encima de la mesa, dicen tacos y se sacan los mocos tan campantes. No seré yo quien añore aquella época. Pero esto no quita para dejar de constatar que la naturaleza teme al vacío y que el hueco que llenaba está feo ha sido ocupado por la otra etiqueta, como era inevitable que sucediese. Los niños de ahora hurtan, mienten y le faltan al respeto a sus mayores, pero ya no parece mal: como mucho, está feo. Así no es de extrañar que el sistema educativo se esté precipitando al abismo.

Pero lo peor de la suplantación de está feo por está mal es que no se ha quedado en los hábitos de las nuevas generaciones, sino que se ha extendido al conjunto del cuerpo social, especialmente a sus dirigentes, que son los que deberían dar ejemplo. Estos días, que tanto se habla del escándalo de la financiación ilegal del partido que gobierna en la Comunidad Valenciana, se recuerda el caso Filesa como antecedente del caso Gürtel. Bueno, pues sí y no. Porque Filesa le costó el cargo a varios socialistas y ahora está por ver que caigan cabezas. Por lo pronto, Rajoy monta una cena para regañar a Camps porque sus chicos han hecho algo que está muy feo. Mal, lo que se dice mal, parece que no, faltaría más. Y aquí sí que tenemos un problema serio. No sólo el PP, no. El problema lo tenemos los ciudadanos valencianos, que nos hemos acostumbrado a confundir lo que está mal con lo que está feo. Ahora mismo no importa a qué partido se vota, importa tener la seguridad de que en las listas no figurarán candidatos indignos. Aunque, cuando lo pienso, más vale callarse: está feo señalar la corrupción y el infantilismo generalizados en que nos estamos ahogando.

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