Columna

¿Una izquierda imposible?

El PP tiene desparpajo y poderío bastantes para focalizar en sus gentes y actividades casi toda la atención mediática. Con la sola acción de gobierno, más las fábulas que cuenta, nutre a diario el voraz buche de la prensa. También, y a menudo a su pesar, se nos ameniza con las trapisondas de sus procesados, imputados, pringados y deslenguados, lo cual moviliza tanto a sus apologistas como a sus críticos. Todo vale, a la postre, con tal de ocupar el proscenio y prolongar el ostracismo informativo a que es sometido la izquierda, acentuando la impresión de que no hay más verdad que la conservador...

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El PP tiene desparpajo y poderío bastantes para focalizar en sus gentes y actividades casi toda la atención mediática. Con la sola acción de gobierno, más las fábulas que cuenta, nutre a diario el voraz buche de la prensa. También, y a menudo a su pesar, se nos ameniza con las trapisondas de sus procesados, imputados, pringados y deslenguados, lo cual moviliza tanto a sus apologistas como a sus críticos. Todo vale, a la postre, con tal de ocupar el proscenio y prolongar el ostracismo informativo a que es sometido la izquierda, acentuando la impresión de que no hay más verdad que la conservadora y que el PP es su único profeta. Por fortuna, tal imperio tiene sus quiebras por las que todavía alienta la democracia y podemos leer u oír noticias de la oposición. Recurrir a la tele pública autonómica, tan arbitraria, ni merece la pena intentarlo.

De esta suerte hemos sabido que algo se mueve en la izquierda, decimos de la más fragmentada y exigente, no la del comedido Jorge Alarte y su prieto PSOE. Tampoco es una novedad muy chocante, pues viene a suceder todos los otoños con efluvios electorales, que ahora ya serían efluvios autonómicos y municipales, de cuyos comicios sólo nos distanciamos año y medio aproximadamente. Poca cosa, en realidad, habida cuenta de lo complejas y despaciosas que suelen ser las conversaciones y trajines entre los grupos y capillas que se reclaman de esta izquierda a la greña, sumida, como es sabido, en un remedo de darwinismo político -como en lejana ocasión evocó el periodista Francesc Arabí-, un proceso que, en este caso y como en el de todos los partidos de cualquier signo, suele propiciar la selección de los individuos más ineptos, excepciones -pocas- aparte.

Pues bien, en ello se está de nuevo y habría que celebrar cívicamente que estos tenaces y hasta conmovedores remanentes del pluralismo democrático se resistan a ser deglutidos por el infame proceso electoral vigente y el bipartidismo monocromático que apunta. Pero reconocido tal ardimiento y los sacrificios que comporta en un clima social tan poco propicio a la militancia en partidos, no debemos dejarnos en el tintero algunas obviedades menos gratas para cuantos ejercen u ostentan responsabilidades en ese universo de grupetes que navegan o divagan en órbitas condenadas aparentemente a ser divergentes o abocadas a la colisión. Iniciativa, Verds, Esquerra Unida, Bloc... ¿Qué demonios determina su incompatibilidad y mutua beligerancia?

Culturas políticas distintas, alegan, y puede que así sea, pues al fin y al cabo existen decenas de formas de definir la cultura y alguna de ellas puede incluir el egoísmo, la obstinación y la mentecatez junto con el nulo sentido del pragmatismo, lo cual, salpimentado con el gusto masoquista por la derrota, garantiza la postración, y acaso la próxima desaparición parlamentaria de este segmento de la oposición. Sólo falta que los nacionalistas alineados en Compromís desestabilicen a las excelentes portavoces de esta coalición en las Cortes -tal como propenden-, en vez de sacudirse el pelo de la dehesa que todavía arrastran, o que EU se encastille en su arrogancia crepuscular, y acabarán dilapidando entre todos y para mucho tiempo las últimas opciones de hacer política. Podrán hacer la puñeta, y hasta el ridículo, pero todo ello a mayor beneficio de la derecha y mortificación de sus propias y deprimidas huestes. Trellat, redell, i parleu.

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