Cosa de dos

Gratis

Vuelve a hablarse del precio de la información en Internet. El magnate Rupert Murdoch ha anunciado que sus cabeceras digitales dejarán pronto de ser gratuitas, y los dueños de otros medios se plantean de nuevo la posibilidad de cobrar por sus contenidos digitales. Es normal. Los primeros intentos de poner peaje (como el efectuado por ELPAÍS.com) fracasaron con más o menos estrépito, pero las circunstancias eran distintas. Por aquel entonces, antes de la crisis, regalar información comportaba ventajas: aumentaban los lectores y eso atraía publicidad, aunque fuera poca y barata. Quienes impusier...

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Vuelve a hablarse del precio de la información en Internet. El magnate Rupert Murdoch ha anunciado que sus cabeceras digitales dejarán pronto de ser gratuitas, y los dueños de otros medios se plantean de nuevo la posibilidad de cobrar por sus contenidos digitales. Es normal. Los primeros intentos de poner peaje (como el efectuado por ELPAÍS.com) fracasaron con más o menos estrépito, pero las circunstancias eran distintas. Por aquel entonces, antes de la crisis, regalar información comportaba ventajas: aumentaban los lectores y eso atraía publicidad, aunque fuera poca y barata. Quienes impusieron el pago perdieron terreno. Ahora, asfixiados todos y con las tarifas publicitarias por los suelos, se impone pelear por cada céntimo. Incluso los digitales que siempre han sido gratuitos sueñan ahora con una taquilla que gotee moneditas.

¿Es viable? Sí, si lo hacen todos los grandes medios. Quedarán digitales gratuitos, por supuesto, como seguirán siendo gratuitos los informativos de radio y televisión. Quedará el derecho de cita, por el que los gratuitos podrán copiar y refritar la información de otros y satisfacer a su clientela. Quedará una gran nube informativa libre de pago. Eso no es novedad, ni debería suponer un problema.

La prensa que llamamos "de calidad" (la denominación resulta cada vez menos comprensible) ha sido siempre minoritaria. Las ventas masivas, en España, comenzaron hace un par de décadas con las promociones sistemáticas: los quioscos se convirtieron en bazares, con cada diario venían una olla exprés, un libro sobre la sexualidad de los maoríes y un DVD de cine americano. Y las tiradas se hicieron gigantescas. La publicidad compensaba los costes. Los dueños se hicieron riquísimos y perdieron la memoria: pensaron que las cosas seguirían así de forma indefinida.

Yo creo que hay gente dispuesta a pagar por la buena información, sea en papel o en bites. El problema no es la gente, sino la información. Mientras la prensa "de calidad" ofrezca básicamente lo mismo que la gratuita, sea menos rápida y variada que los Twitter y sólo intente distinguirse por la opinión, más vale no intentarlo.

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