Columna

La encuesta que no lo fue

Créanme, y no lo achaquen a un recurso retórico, si les digo que todavía no tengo claro qué pensar de la famosa encuesta a los padres sobre sus preferencias de idioma en la educación. Y no porque no haya leído todo tipo de interpretaciones, sino por ello. De hacer caso a algunos titulares, la mayoría de los padres prefieren la enseñanza en castellano, "mientras en la formación profesional se inclinan por el bilingüismo, que refleja su realidad social", según ilustraba José María Carrascal a sus lectores en Abc. De hacérselo a la información oficial de los promotores de la consulta, los ...

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Créanme, y no lo achaquen a un recurso retórico, si les digo que todavía no tengo claro qué pensar de la famosa encuesta a los padres sobre sus preferencias de idioma en la educación. Y no porque no haya leído todo tipo de interpretaciones, sino por ello. De hacer caso a algunos titulares, la mayoría de los padres prefieren la enseñanza en castellano, "mientras en la formación profesional se inclinan por el bilingüismo, que refleja su realidad social", según ilustraba José María Carrascal a sus lectores en Abc. De hacérselo a la información oficial de los promotores de la consulta, los resultados "ratifican el carácter bilingüe de la sociedad gallega". De hacérselo a Chuck Palahniuk, el considerado sucesor de Stephen King, "cuando no entiendes algo puedes hacer que signifique cualquier cosa".

La consulta confirma que el idioma en Galicia sigue teniendo fuertes connotaciones de clase

No sé a que atenerme porque, por un lado, posiblemente ha sido una de las acciones de gobierno más chuscas de la historia reciente, pero por otro, creo que ha resultado ser de un gran -e inesperado- valor sociológico. En la parte chusca del balance hay que incluir de entrada la iniciativa en sí misma: un experimento participativo a lo Porto Alegre, que en buena lógica tendría que ser completado con una posterior encuesta a los profesores sobre cómo consideran que los padres deberíamos educar a nuestros hijos. Tampoco las circunstancias en las que se produjo la consulta (con prohibición expresa al profesorado de informar sobre su contenido, y con media docena de tópicos jaleados mediáticamente y cuarto y mitad de consignas como elementos de juicio) son como para sacar pecho democrático. Y el método (la participación voluntaria) no entraba en los cánones de la práctica demoscópica. Quizá por ello, y a pesar de que se había vendido como el cumplimiento de una promesa electoral, ni siquiera lo presentó en sociedad el responsable político del ramo, el conselleiro, sino el del departamento subalterno encargado de la promoción de una de las dos lenguas.

En el haber sociológico hay al menos tres cuestiones. Una, la de que el idioma en Galicia sigue teniendo fuertes connotaciones de clase, como recordaba Carrascal, como se desprende del entusiasmo participativo de los padres de alumnos de los colegios concertados, y todavía en mayor medida de los privados, y como sabe cualquiera que irrumpa hablando en gallego en determinados ambientes autoconsiderados selectos. Otra, o la misma, que un tercio de los padres participantes apoyen la erradicación del gallego del sistema educativo revela que toda la armonía que nos habían vendido en su momento y la cordialidad que nos quieren vender ahora es tan cierta como que la libertad y la igualdad presiden las relaciones contractuales entre empresarios y trabajadores. Y la tercera, que la reacción entre las filas de los que apoyan el idioma gallego ha sido de división táctica, cuando no estratégica, tal y como viene siendo tradicional costumbre y como por otra parte ya vaticinaba el famoso análisis de la FAES sobre el asunto, partiéndose por las líneas de puntos ya establecidas por adscripción política o variante lingüística. En resumen, la encuesta no revela nada nuevo, pero recuerda lo que habíamos olvidado, lo que no es poco para estos tiempos.

Agosto no es época para ponerse dramático, pero aunque la consulta fue una chapuza como encuesta, como votación fue irreprochable. Igual que en cualquier proceso electoral, o en una asamblea, participó el que quiso (y en un porcentaje parecido al que registran las elecciones), y el que lo hizo decidió libremente de acuerdo con sus intereses y/o prejuicios, con razones o sin ellas (y con resultados en buena parte comparables a los de los recientes comicios autonómicos). Y, como pasa en las elecciones o en las asambleas, las consecuencias afectarán tanto a los que participaron como a los que decidieron no hacerlo, fuese por desinterés o como enmienda a la totalidad.

En lo que respecta a las consecuencias concretas que va a acarrear, de momento, en el saludo de la web de Educación, el conselleiro anuncia como objetivos "recuperar la convivencia en los centros" y una "educación para la concordia y la cohesión social lejos de la confrontación". Como nada se sabía de que se hubiese roto la convivencia en el ámbito escolar, ni la concordia ni la cohesión, cabe suponer que o es un corta y pega de un discurso de campaña, o un poner la venda antes de infligir la herida. Los pesimistas pueden recurrir al pensamiento de Musil: "Lo que ocurre realmente es trivial al lado de lo que pudiera ocurrir". Los optimistas, dada la vigente apuesta por la austeridad, a Talleyrand: "Nadie puede sospechar cuántas idioteces políticas se han evitado gracias a la falta de dinero".

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