Esterillas para un recital de lujo

María Dolores Varela gira la cabeza lentamente mientras escucha los suaves acordes con los que el maestro Barenboim y la orquesta West-Eastern Divan comienzan el concierto. Respira hondo. Absorbe cada nota como si le llegase hasta el fondo del alma. No podía perderse el directo de este "fuera de serie". "Barenboim lo tiene todo, tanto en social, como en lo musical. Me encanta", dice.

María Dolores, de 61 años, escucha la música con sus piernas cortitas estiradas en el asfalto donde está sentada. Sola. Porque "nadie la ha podido acompañar", pero "encantada", y delante de una pantalla gig...

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María Dolores Varela gira la cabeza lentamente mientras escucha los suaves acordes con los que el maestro Barenboim y la orquesta West-Eastern Divan comienzan el concierto. Respira hondo. Absorbe cada nota como si le llegase hasta el fondo del alma. No podía perderse el directo de este "fuera de serie". "Barenboim lo tiene todo, tanto en social, como en lo musical. Me encanta", dice.

María Dolores, de 61 años, escucha la música con sus piernas cortitas estiradas en el asfalto donde está sentada. Sola. Porque "nadie la ha podido acompañar", pero "encantada", y delante de una pantalla gigante que el Ayuntamiento de Madrid ha instalado para que el público que se quedó sin las 2.500 entradas gratuitas que se repartieron el pasado lunes pudieran disfrutar del concierto desde el aparcamiento del escenario de Puerta del Ángel. Y eso que ella tiene una entrada en la mano. La misma que le han prohibido utilizar por llegar tarde al espectáculo. Una entrada arrugada, claro, del disgusto.

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Pero le da igual. No piensa perdérselo. Ahora se deleita junto a otras 300 personas con los impecables acordes de la orquesta intercultural. Melómanos como Cristina Romero y Carlos Moreno, los primeros en llegar a colocar sus sillas. "Venía dispuesta a escucharlo en los árboles", comentaba ella mientras cerraba el portátil que había traído para no perder el tiempo. O gente como Elena Caminero y Miguel Rupérez, otra pareja que, junto a su hijo, no se perdieron ni uno de los conciertos de esta orquesta cuando se celebraban en la Plaza Mayor, con un aforo superior. "Los veranos de la Villa sin Barenboim son como una Navidad sin turrón", decía Elena.

Algunos de los desafortunados que no consiguieron entrada se quejaban. Muchos estaban disgustados con el Ayuntamiento por haber elegido un sitio con menos capacidad este año.

También hubo quien repartía felicidad, como Virginia y Suso, que pidieron cuatro entradas en día del reparto y regalaban dos de ellas. Otros recogieron esa suerte: "¡Las tengo!", gritaba Marta Murciano cuando consiguió esos pases para ella y sus dos acompañantes.

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El público de fuera, con sillas, bicis y esterillas, guardó tanto silencio como el de dentro. Uno y otro se deshicieron en aplausos cuando Baremboim cerró el concierto con un golpe seco.

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