Crítica:

Filósofo a pie de calle

Puede que el rock español no tenga ahora mismo ningún tipo tan singular como Juan Perro, el álter ego con el que Santiago Auserón combate desde hace más de tres lustros su "tendencia esquizoide pronunciada", en confesión propia. Y puede que el gremio rockero, cada vez más habituado a la ingesta rápida, masiva y moderadamente irrelevante, no sea del todo consciente de su valía como activo lúcido, sabio y abierto a los ricos abismos de la polirritmia. En realidad, Auserón siempre ha ejercido de personaje atípico en el panorama de nuestra música (¿conocen a muchos rockeros licenciados en f...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Puede que el rock español no tenga ahora mismo ningún tipo tan singular como Juan Perro, el álter ego con el que Santiago Auserón combate desde hace más de tres lustros su "tendencia esquizoide pronunciada", en confesión propia. Y puede que el gremio rockero, cada vez más habituado a la ingesta rápida, masiva y moderadamente irrelevante, no sea del todo consciente de su valía como activo lúcido, sabio y abierto a los ricos abismos de la polirritmia. En realidad, Auserón siempre ha ejercido de personaje atípico en el panorama de nuestra música (¿conocen a muchos rockeros licenciados en filosofía?), así que le imaginamos acostumbrado a su condición de bicho raro. Y hasta satisfecho, en su fuero interno, de habernos salido así de iconoclasta.

Dispuesto como está a seguir yendo a su bola, Juan se permite rodar hasta 10 canciones nuevas sin que se le intuya la menor intención de asentarlas en formato discográfico. La cosa está malita en el sector, arguye, las condiciones contractuales le resultan leoninas y él, a sus 55 años, ya no tiene edad para que le tomen por el pito del sereno. Así pues, acudan a la Red o a sus conciertos para descubrir la evolución de perlas como José Rasca, crónica guasona de un periplo junto a Joe Strummer, de The Clash, por callejas de Madrid.

Si alguien albergaba esperanzas de que Juan recuperase al Santiago de Radio Futura, nones. Auserón sabe que ni A un perro flaco ni Charla del pescado se fundirán jamás en el imaginario colectivo como Escuela de calor o Corazón de tiza, pero su compromiso de honestidad artística le hace girar poco la vista atrás. Concesiones, las justas.

Rodeado de tres espléndidos instrumentistas cubanos, Perro recula cada vez menos hacia su vertiente sonera y ejerce de músico proletario, barrial, siempre propenso a la ironía, el blues y los aromas de Nueva Orleans. "La república es la calle", recuerda en la adictiva Malasaña, que el personal coreó "sin necesidad de radiofonía ni nada". Y todo, en castellano, oiga; a ver si nos enteramos de que el idioma gracias al que ahora mismo leemos este periódico también sirve para cantar al ritmo de guitarras eléctricas.

"¡Perro, Perro!", le provocaba el sector más joven. Y él respondía con humor inteligente: "Hablad claro. ¿Qué quiere de mí el niñerío?". Minutos antes, había dedicado la sensualidad marinera de La misteriosa a "los navegantes del lago de Casa de Campo", y los coros de Reina zulú al espíritu de Michael Jackson. "Que en gloria esté", proclamó con una reverencia. Un tipo endiabladamente listo, este maño. Juan es un intelectual a ras de suelo, un filósofo de la canción a pie de calle. Y sabe conjugar como nadie la sabiduría de los libros con el mundo de las aceras.

Juan Perro (voz y guitarra), Norberto Rodríguez (guitarra eléctrica), Ronald Morán (contrabajo), Moisés Porro (batería). Veranos de la Villa, escenario Puerta del Ángel. Madrid, 10 de julio. 18 a 25 euros. Casi lleno (2.200 personas).

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Archivado En