Análisis:ANÁLISIS | ACB

Navarro independencia

El baloncesto se vive y se juega en dos mundos. Uno es la NBA; el otro, el resto del universo. Los jugadores, a veces, son capaces de actuar en uno u otro sin solución de continuidad, aunque no sin dificultades para adaptarse a la diferencia de reglas, de canchas, de clubes, de aficiones, de objetivos y de vida. A muchos aficionados también les gusta las dos maneras, tan distantes, de entender el deporte y la competición. A otros muchos, les cuesta digerir la mezcla. O les va la ACB y la Euroliga, o les va la NBA, pero no ambas a la vez. Para los que disfrutan más con LeBron, Kobe, Wade y comp...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

El baloncesto se vive y se juega en dos mundos. Uno es la NBA; el otro, el resto del universo. Los jugadores, a veces, son capaces de actuar en uno u otro sin solución de continuidad, aunque no sin dificultades para adaptarse a la diferencia de reglas, de canchas, de clubes, de aficiones, de objetivos y de vida. A muchos aficionados también les gusta las dos maneras, tan distantes, de entender el deporte y la competición. A otros muchos, les cuesta digerir la mezcla. O les va la ACB y la Euroliga, o les va la NBA, pero no ambas a la vez. Para los que disfrutan más con LeBron, Kobe, Wade y compañía, los playoffs al mejor de siete partidos son una bendición caída del cielo, el plato fuerte, el momento más esperado. Saludan su llegada con ganas, aunque sus equipos hayan disputado ya la friolera de 82 partidos.

En Europa, en España, el asunto suele ser visto desde otra óptica. Cuando el Tau y el Barça quedaron emparejados para disputar el playoff de la Euroliga al mejor de cinco partidos, tras haberse enfrentado en las semifinales de la Copa y sabiendo que poco después iban a medirse en la Liga ACB, la sensación general fue de cierto hartazgo. Fueron siete partidos en apenas un mes y medio. La competición puso a cada uno en su sitio. El partido de Copa resultó muy atractivo y la serie de cuartos de final de la Euroliga fue ganando en intensidad e interés hasta llegar a un cuarto y a un quinto partidos sensacionales.

El rosario de duelos contra el equipo de Vitoria, además de servirle para quitarse la pesada losa que significaba haber tropezado hasta siete veces consecutivas contra el mismo rival, le valió al Barça para demostrarse que es capaz de ganar sin depender por completo de Navarro. En la Copa, el partido acabó siendo un Navarro-Tau. En la Euroliga, las cosas iban por el mismo derrotero. Pero se lesionó Navarro. Sin él, el Barça perdió el tercer partido de la serie por 69-62, pero después de haberle dado muchos quebraderos de cabeza al Tau. Allí, dicho por sus propios jugadores y entrenadores, el Barça empezó a fraguar el convencimiento de que podía meterse en la Final a Cuatro. Lo consiguió, con Navarro, pero mermado de condiciones a causa de su lesión y sin necesidad de que jugara un partidazo. El equipo se superó, con Lakovic e Ilyasova a la cabeza.

La lección sirvió para el clásico del sábado en Madrid. Lo ganó el Barça pese a que Navarro cuajó uno de los peores partidos que se le recuerdan: siete puntos, tres canastas en 11 lanzamientos, sólo un rebote y cuatro balones perdidos. Todo lo contrario de lo que le sucedió al Madrid sin Felipe Reyes.

Archivado En