Reportaje:Masters de Golf de Augusta

Sergio García sabe dar guerra

El castellonense aparca su pesimismo y pelea entre los mejores del torneo

¿Se imaginan al tenista Novak Djokovic, en plenas condiciones físicas, afirmando en la semana previa a un torneo que no tiene confianza para pasar la primera ronda? ¿O al ciclista Alejandro Valverde, sin ningún rasguño, diciendo que la próxima carrera seguro que no la termina? Pues así es Sergio García, un número tres del golf mundial que nada más pisar Augusta se cuenta a sí mismo que no, que ese campo se la tiene jurada, que más vale no deshacer mucho las maletas porque aquí no hay nada que rascar. Y claro, con la moral por los suelos, pasa lo inevitable, que arranca el Masters hipoco...

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¿Se imaginan al tenista Novak Djokovic, en plenas condiciones físicas, afirmando en la semana previa a un torneo que no tiene confianza para pasar la primera ronda? ¿O al ciclista Alejandro Valverde, sin ningún rasguño, diciendo que la próxima carrera seguro que no la termina? Pues así es Sergio García, un número tres del golf mundial que nada más pisar Augusta se cuenta a sí mismo que no, que ese campo se la tiene jurada, que más vale no deshacer mucho las maletas porque aquí no hay nada que rascar. Y claro, con la moral por los suelos, pasa lo inevitable, que arranca el Masters hipocondriaco perdido, deambula cabizbajo jurando en arameo y acaba la primera jornada en coma depresivo con un saco de bogeys.

Diluvió y a Woods se le atragantó el cambio de escenario con el campo más pesado

Pero pasa también que El Niño, de 29 años, es capaz de lo peor y de lo mejor al día siguiente. Capaz de resucitar y bajar del par por primera vez en cinco años, de pasar el corte y asomar la cabeza entre los primeros después de hilar un birdie tras otro. Así es Sergio García, un golfista genial con una mentalidad de cristal, sin el gen competitivo que ha convertido a Harrington, por ejemplo, en ganador de tres grandes, y a otros tantos deportistas en campeones. Sergio, aunque no se lo crea, ha ganado peso en un Masters que despidió a Olazábal (pese a su clase maestra del jueves, su lección de sufrimiento) y a Álvaro Quirós (ser el mejor pegador de la primera ronda, con un drive de 293 metros de media, no le valió de nada y acabó asqueado "sin ganas de volver").

Hace 10 años que un amateur Sergio García entró por primera vez por la puerta de Augusta. Desde entonces, ha coleccionado pocas alegrías y muchas pataletas, casi siempre acusando a un enemigo imaginario (véase el campo). La buena ronda del viernes le devolvió a la tierra y ayer arrancó bajo la presión de seguir escalando: lo hizo con mal pie, bogey a la primera, pero recuperó el terreno poco después. Los jugadores se encontraron un campo más pesadote, cortesía del diluvio la noche anterior, secuela de un tornado que rozó Augusta. A Woods, por ejemplo, el cambio de escenario se le atragantó de inicio y comenzó con un doble bogey en el hoyo uno -mucho tendrá que remar para dar miedo en el último sprint-. A Villegas, a Mickelson, en cambio, la dureza les pareció una buena noticia y se auparon en la tabla. También miró hacia arriba Jiménez, un valor seguro, saltando arriba y abajo del par en los hoyos, sin grandes estridencias, cosa que en Augusta es una bendición.

A la caza de los líderes, los estadounidenses Campbell y Perry, volaba anoche un escuadrón bien nutrido. El jefe de la revolución era Mickelson, un golfista reformado desde que se alista con el gurú Butch Harmon, muy fiable en corto y en largo. A su lado, Anthony Kim, la gran baza americana en la guerra de las nuevas generaciones. Hijo de inmigrantes coreanos, el viernes rompió el récord de birdies en un día en el Masters (11) y ayer comenzó en la misma línea. Los aficionados argentinos, tan bulliciosos ellos, empujaban a Cabrera para mantener el fuelle. Y los japoneses, que están locos por el golf, apostaban a la baza de Katayama, en las alturas de la tabla desde que empezó el torneo. Quien perdía casi el hilo era Harrington, fuera de juego después de cargar la jornada anterior con una sanción por mover la bola antes del putt.

Y si hace una década fue García el que reunía a la gente en los greens, ahora el jovencito de moda es Rory McIlroy, un norirlandés que juega como anda, balanceando el cuerpo de manera natural, como si paseara con sus amigos por un centro comercial. Mientras Woods y sus musculosos imitadores se mueven (y juegan) como robots, cada gesto calculado mecánicamente en un laboratorio, McIlroy representa la vuelta al juego instintivo. Delante de la bola, no invierte minutos en trazar una ecuación matemática según el viento, la pendiente y la distancia, sino que siente el golpe y lo da a toda mecha, fiado todo a su inspiración, por mucho que a veces se acelere de tan confiado que está (tras la tercera ronda, está en el par). McIlroy no es ningún producto artificial de gimnasio, sino que podría pasar por cualquier chico normal, un fan más del Manchester United. Un jugador de otra época.

Clasificación tras la 2ª jornada: 1. C. Campbell (EEUU) y K. Perry (EEUU), 135 golpes (nueve bajo el par). 3. Á. Cabrera (Arg), 136. 6. S. García, 140. 19. T. Woods (EEUU), 142. C. Villegas (Col), 142. 28. M.Á. Jiménez, 143. 42. R. McIlroy (Irl.N.), 145.

Sergio García, durante su recorrido de ayer en Augusta.AFP

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