Análisis:EL ACENTO

Clouseau en Scotland Yard

Aunque New Scotland Yard goza de una excelente reputación literaria, lo cierto es que en el mundo real su competencia es discutible y discutida. Media un abismo entre los imperturbables y eficaces funcionarios que aparecen en las novelas británicas, a veces burlados como Lestrade, pero siempre con la ayuda de un Sherlock Holmes, Hércules Poirot o lord Peter Wimsey que ponen talento en la maquinaria, y las estruendosas muestras de incompetencia que salpican los titulares de los diarios británicos.

A despecho de Conan Doyle, Agatha Christie o Dorothy Leigh Sayers, Scotland Yard, la policí...

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Aunque New Scotland Yard goza de una excelente reputación literaria, lo cierto es que en el mundo real su competencia es discutible y discutida. Media un abismo entre los imperturbables y eficaces funcionarios que aparecen en las novelas británicas, a veces burlados como Lestrade, pero siempre con la ayuda de un Sherlock Holmes, Hércules Poirot o lord Peter Wimsey que ponen talento en la maquinaria, y las estruendosas muestras de incompetencia que salpican los titulares de los diarios británicos.

A despecho de Conan Doyle, Agatha Christie o Dorothy Leigh Sayers, Scotland Yard, la policía metropolitana creada por sir Robert Peel en 1829, arrastra en su historia fracasos tan notables como su incapacidad para empapelar a Jack el Destripador o manchas tan ignominiosas como la muerte a tiros en el metro del electricista brasileño Jean Charles de Menezes, tomado por terrorista. Los bobbies pueden presumir de investigaciones brillantes; pero algunos de sus fracasos marcan para casi siempre.

El último fiasco parece una gansada más propia del inspector Clouseau que de un circunspecto madero británico. Bob Quick, subcomisario del Yard y responsable de la sección antiterrorista, acudía feliz al 10 de Downing Street para informar, entre otras cosas, de una vital redada antiterrorista. Despistado y acelerado como su apellido, no cayó en la cuenta de que llevaba bajo el brazo los documentos de la Operación Pathway, al descubierto; de forma que los fotógrafos y las cámaras de televisión pudieron grabar los papeles y reproducirlos, aunque pixelados. La metedura de pata forzó el adelanto de la operación, que tuvo que ejecutarse a plena luz del día y acabó con 11 paquistaníes detenidos.

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Mal debe estar el Tesoro británico para que un subcomisario carezca de una cartera o una triste carpeta de cartoncillo donde velar los secretos oficiales. El episodio es tan bobo que sólo un británico puede llevarlo con dignidad: Quick ha dimitido rápidamente y se ha ganado el sentido respeto de sus superiores, empezando por la ministra Jacqui Smith, e incluso de la perpleja opinión pública. John Yates es su sustituto; a ver que patochada a lo Wodehouse se le ocurre. ¡Estos bobbies...!

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