Columna

Kapitalismo

Escrito en una pared de Londres, distrito financiero, apareció estos últimos días de algaradas antisistema una proclama de filiación anarquista: "El gobierno miente; los bancos roban; los ricos sonríen". Mientras varios encapuchados hacían trizas las vitrinas del Royal Bank of Scotland; mientras Michelle Obama pasaba su mano por el hombro de la reina Isabel; mientras Berlusconi le cantaba a Obama la enésima canción napolitana de su carrera musical y Zapatero buscaba un lugar en la foto, casi siempre al lado de Turquía, algún poeta de arrabal expresaba la filosofía del momento en tres frases co...

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Escrito en una pared de Londres, distrito financiero, apareció estos últimos días de algaradas antisistema una proclama de filiación anarquista: "El gobierno miente; los bancos roban; los ricos sonríen". Mientras varios encapuchados hacían trizas las vitrinas del Royal Bank of Scotland; mientras Michelle Obama pasaba su mano por el hombro de la reina Isabel; mientras Berlusconi le cantaba a Obama la enésima canción napolitana de su carrera musical y Zapatero buscaba un lugar en la foto, casi siempre al lado de Turquía, algún poeta de arrabal expresaba la filosofía del momento en tres frases contundentes.

Ni G-20, ni General Motors, ni Madoff, ni Solbes, ni el ERE, ni leches, el barco ha encallado donde nadie sabe sacarlo y una abrumadora parte de los que formamos el género humano, ricos al margen, tenemos la agudizada sensación de que el iceberg es de los que rompen en dos la quilla de cualquier navío. Inyectar más líquido al sistema parece ser la receta monetarista y ayudar a las grandes empresas a salir del atolladero el punto sangrante de esta opereta en la que todo el mundo quiere hacer el papel de miserable y poner el cazo a la ayuda estatal. ¿Tan frágil era la caja de caudales? ¿Tanta codicia minaba los cimientos de la casa común? ¿Tan impunemente campaban los ingenieros de la riqueza por los parqués bien encerados de los mercados bursátiles? Pues sí, esa parece ser la verdad fehaciente de unos jugadores de póquer que han salido del Casino de Las Vegas después de muchos años de irrealidad y champaña y la luz les ha desintegrado como a vampiros.

Por fin tenemos la sensación de que un temblor en Detroit se siente en Monforte de Lemos

No importa ya el cambio de Gobierno (bueno, hay que reconocer que Pepe Blanco en Fomento es una solución similar a Florentino para el Real Madrid o que Zapatero en Deportes es un balón de oxígeno para el barcelonismo), ni el seísmo de Abruzzo, ni González-Sinde en Cultura (otra vez la pancarta de Aznar y la deuda eterna con el cine español); no importa la transmisión de poder del bipartido gallego al Partido Popular, ni siquiera Pepe el del Popular, que ha prescrito, el tiempo pasa deprisa para los delitos, ni que Rajoy cante victoria antes de tiempo, no importa nada, tenemos por fin la sensación de que cualquier temblor en Detroit se siente en Monforte de Lemos, de que cualquier regulación de Citröen en la planta de Vigo se decide en un despacho de París, de que somos habitantes de un slum de Mumbai, de un suburbio de Tokio, de una aldea del Courel, pero por fin nuestros dolores se sienten al mismo tiempo en cualquier lugar de este enorme dispensario en que se ha convertido el planeta.

Tiene tela que se cumpla además el 150º aniversario de la publicación de El origen de las especies de Charles Darwin justo en este preciso momento en el que las iguanas y los galápagos se miran despavoridos. El pronóstico estaba escrito: sólo sobrevivirán los más fuertes. Darwin, sin embargo, nunca pudo suponer que los bancos pedirían ayuda, que los constructores se tirarían desde lo alto de los rascacielos y que una primera dama afroamericana pasaría su mano por el hombro de la Reina de Inglaterra. Es el momento de las grandes coaliciones, del gran rescate, del penúltimo reality show de la historia de la humanidad.

Lo mejor es que si esto sigue así, si seguimos ahondando en esta crisis es que incluso el terrorismo perderá todo sentido y Al Qaeda y otras organizaciones armadas irán a la Oficina de Empleo. Uno tiene esa sensación perpleja que le pasa al narrador de Coetzee en su magnífico libro Diario de un mal año, sobre la moneda al aire que a veces gobierna un tipo de decisiones que la mayoría de los mortales atribuimos una sesuda y milimétrica reflexión sin darnos cuanta de que el azar gobierna muchas veces este tipo de encrucijadas que se fallan, en el mejor de los casos, desde el punto de penalti. "Nosotros no elegimos a nuestros dirigentes", escribe el Nobel surafricano, "lanzando una moneda al aire, pero ¿quién se atrevería a afirmar que el mundo estaría en peor estado de lo que está si sus dirigentes hubieran sido elegidos desde el comienzo por el método de la moneda?".

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Dejo que ustedes reflexionen y arbitren este momento del juego en el que casi todos los actores del reparto han ido despojándose de la máscara, casi todos, menos los políticos, a los que une una congénita afición por el teatro de variedades.

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