Amador regresa por 'blueserías'

Ah, el escaso apego flamenco por la disciplina. Eran las nueve y veinte de la noche, el concierto estaba anunciado para las nueve y no es que Raimundo Amador aún estuviera atrincherado en los camerinos; es que ni siquiera se habían abierto las puertas del Nuevo Teatro Lara. Hubo hasta un conato de palmas de tango entre los espectadores, arracimados en el recibidor, pero estas cosas se olvidan en cuanto asoma por el lateral del escenario el sombrerito negro vaquero del hombre que zarandeó los cimientos del flamenco desde las trincheras de Veneno y de Pata Negra.

Al tío Raimundo -50 años ...

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Ah, el escaso apego flamenco por la disciplina. Eran las nueve y veinte de la noche, el concierto estaba anunciado para las nueve y no es que Raimundo Amador aún estuviera atrincherado en los camerinos; es que ni siquiera se habían abierto las puertas del Nuevo Teatro Lara. Hubo hasta un conato de palmas de tango entre los espectadores, arracimados en el recibidor, pero estas cosas se olvidan en cuanto asoma por el lateral del escenario el sombrerito negro vaquero del hombre que zarandeó los cimientos del flamenco desde las trincheras de Veneno y de Pata Negra.

Al tío Raimundo -50 años cumple su imperturbable sonrisa- no parecen afectarle esas supersticiones de quienes confunden el artisteo con la afectación. Llevaba la torta de años sin comparecer por Madrid, capital flamenca a todos los efectos, y el sevillano de las 3.000 Viviendas se nos presentó con una camiseta amarillo fosforito y una margarita multicolor en el corazón de la pechera. Otro cualquiera se habría alterado al comprobar que una cuerda saltaba por los aires nada más empujar su vieja guitarra eléctrica fucsia, pero él siguió con el punteo como el niño travieso que no se da por aludido cuando le pillan hundiendo el dedo en la tarta. No se sinceraría Amador ante su gente hasta media hora más tarde: "Claro que da nervios y responsabilidad tocar en un sitio tan bonito", resopló.

Y eso que el autor del Blues de la frontera ha toreado en plazas de más alta alcurnia. Constreñido en un teatro recoleto como el Lara (que ni siquiera se llenó del todo), se antojaban lejanos aquellos tiempos de discos grabados en Las Ventas con un plantel de escándalo.

Pero Raimundo sabe que lleva demasiados años sin entregar nuevo disco en las tiendas y que, o se deja el pellejo, o le terminará arrinconando el olvido.

Los juegos de palabras parecen hacer fortuna en los territorios fronterizos del flamenco. Si Pitingo se ha ganado el respeto y las lentejas con el invento de la soulería, Raimundo ha elegido el término Blueslería para bautizar esta gira de 2009. El neologismo, al menos, resulta explicativo: el gitano de la indomable pelambrera azabache se impregna de rumba, rock sure o (versión de Allman Brothers incluida), blues y hasta reggae (en la adictiva Ay qué gustito pa' mis orejas) para enriquecer las enseñanzas que de chaval le impartieron los mismísimos Camarón y Paco de Lucía. ¿Mestizaje? Quizás. Dejémoslo en arte esencial.

Alegrémonos. La guitarra Gerundina ha salido de su letargo y regresa a la mala vida nocturna. La lógica sucesoria funciona y tanto Carmen como Raimundo Jr. acompañan a papá sobre las tablas. Y un chavalín de preciosa voz ronca, Luis Cortés, rasgea la guitarra y lo borda en Lunático y Si tú te vas. Y guaperas, encima. De las pocas cosas de las que Raimundo no ha podido nunca presumir.

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Raimundo Amador, ayer en el Nuevo Teatro Lara.SAMUEL SÁNCHEZ

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