Columna

Los retos del PSdeG

Desde el primer día de su mandato, Manuel Fraga tomó todas las medidas a su alcance para garantizar su presencia indefinida en el Gobierno, desde el control rígido de los medios de comunicación hasta la reforma unilateral de la ley electoral. Pero, sin duda, la decisión más trascendental de Fraga, en su intento de perpetuarse en el poder, consistió en la cuidada elección del líder de la oposición.

A partir de su primer debate de investidura en 1989, Fraga escogió deliberadamente a Beiras como su antagonista con un objetivo muy preciso: marginar y debilitar al PSdeG que entonces, con 28 ...

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Desde el primer día de su mandato, Manuel Fraga tomó todas las medidas a su alcance para garantizar su presencia indefinida en el Gobierno, desde el control rígido de los medios de comunicación hasta la reforma unilateral de la ley electoral. Pero, sin duda, la decisión más trascendental de Fraga, en su intento de perpetuarse en el poder, consistió en la cuidada elección del líder de la oposición.

A partir de su primer debate de investidura en 1989, Fraga escogió deliberadamente a Beiras como su antagonista con un objetivo muy preciso: marginar y debilitar al PSdeG que entonces, con 28 escaños, representaba la única amenaza seria a la hegemonía del Partido Popular. Consecuencia de esta estrategia fue la creciente polarización de la vida política entre el PP y el BNG, entre Beiras y Fraga, que proporcionó a éste un extraordinario blindaje con el que proteger su espacio electoral, y provocó un cambio sustancial del mapa político, con un crecimiento espectacular del Bloque y un desplome, no menos notable, del Partido Socialista, que en 1997 pasó a ser la tercera fuerza política de Galicia.

Bajo la capa de aparente calma del socialismo se están manifestando importantes descontentos

Pero justo es reconocer que Fraga no fue el único artífice de éste resultado. Todo aquello fue posible gracias tanto a la inestimable aportación del PSdeG que, incapaz de formular un proyecto político gallego desde la izquierda y huérfano de un liderazgo solvente, se consumió en una interminable lucha fratricida, como la inteligencia del Bloque, que supo aprovechar las circunstancias favorables y, amparándose en una organización dinámica y un liderazgo meritorio, ocupó el espacio que otros dejaban libre.

Es cierto que desde entonces ha corrido mucha agua bajo los puentes. Núñez Feijóo no es Fraga ni el Bloque cuenta hoy con un líder del carisma y la influencia social de Beiras y, desde luego, las circunstancias han cambiado profundamente. Sin embargo, hay algunos síntomas que recuerdan demasiado aquella etapa de pesadilla vivida por el Partido Socialista. El primero de esos síntomas es la falta de un auténtico liderazgo, todavía por construir. Porque no hay quien pueda entender que el único aspirante a la secretaría general de los socialistas se haya borrado literalmente de la confrontación con Núñez Feijóo en el próximo debate de investidura, decisión que, arguméntese como se argumente, debilita tanto al futuro secretario general como a su partido.

El segundo síntoma preocupante consiste en que, bajo la capa de aparente calma en el socialismo gallego, se están manifestando importantes descontentos que en las diversas asambleas precongresuales que se están celebrando toman forma de amplias minorías y candidaturas alternativas que, por diversas razones, rechazan el corsé congresual impuesto por el aparato del partido.

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Para conjurar los peligros que les acechan, los socialistas gallegos necesitan volver a generar la confianza y el entusiasmo perdidos. Y tal cosa no ocurrirá si el PSdeG no cuenta con una personalidad e iniciativa propias que le permitan formular un proyecto político y programático capaz de transformarlo de nuevo en la cabeza de una alternativa plural al gobierno de la derecha. De lo contrario, el Partido Socialista dejará de ser percibido como fuerza de gobierno y cederá un importante terreno al Bloque, mucho mejor dotado para ejercer la oposición. Si el PSdeG aspira realmente a recuperar la Presidencia de la Xunta, ha de demostrar también su capacidad y disposición para defender los intereses generales del país, y debe acreditar que tiene peso político en el PSOE y capacidad real de interlocución con el Gobierno, rompiendo definitivamente con la imagen de partido mecánicamente dependiente de la cúpula estatal de PSOE.

Finalmente, el PSdeG está emplazado a elegir una dirección integradora y con autoridad política -algo muy alejado de una mera guardia pretoriana del secretario general- capaz de movilizar todas las energías del partido. Si no logra este objetivo puede encontrarse con un resultado muy doloroso en las próximas elecciones municipales que haría saltar por los aires todo lo que pueda decidirse en el congreso del 25 de abril, abriéndose una etapa de crisis y provisionalidad de imprevisibles consecuencias, que debilitaría de forma extrema al Partido Socialista y alejaría indefinidamente la alternativa al Gobierno que va a presidir Núñez Feijóo. Estaremos atentos.

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