Cosa de dos

Un hombre

Alguien que viajaba en el vagón del metro en el que una bestia nazi y muy puesta (al parecer, es un eximente comportarte como un monstruo y machacar al débil si en ese momento el alcohol u otras sustancias químicas obnubilan tu descerebrado cerebro) le soltó una patada en la cabeza a una cría por razones tan incuestionables como que la piltrafa era inmigrante y oscurita contó que no defendió a la víctima porque sintió miedo, se quedó paralizado, se impuso el muy humano "sálvese quien pueda". Y es normal, nos podría ocurrir a cualquiera, incluidos los que babeamos con la tarea del héroe en la f...

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Alguien que viajaba en el vagón del metro en el que una bestia nazi y muy puesta (al parecer, es un eximente comportarte como un monstruo y machacar al débil si en ese momento el alcohol u otras sustancias químicas obnubilan tu descerebrado cerebro) le soltó una patada en la cabeza a una cría por razones tan incuestionables como que la piltrafa era inmigrante y oscurita contó que no defendió a la víctima porque sintió miedo, se quedó paralizado, se impuso el muy humano "sálvese quien pueda". Y es normal, nos podría ocurrir a cualquiera, incluidos los que babeamos con la tarea del héroe en la ficción y en la realidad.

Pero resulta que de vez en cuando aparece alguien en posesión de lo que hay que tener, que hace lo que debe hacer. Y supone un acto de afirmación, la certidumbre de que en la selva puede sobrevivir el sentido moral, que conceptos tan enfáticos y literarios como dignidad, coraje y solidaridad no responden a la utopía ni a la verborrea sino a la autenticidad. Jesús Neira cuenta en Antena 3 que ha sobrevivido física y mentalmente aunque haya conocido el abismo y sus terribles secuelas. Y no enfatiza su calvario, no desata su rencor sobre el olvido que ha sufrido por parte del bamboleante guiñapo al que defendió, esa lamentable señora que habrá sacado una pasta del repugnante mercaderío de la tele alimentando el morbo y ofreciendo su escandalosa versión de aquel maldito día.

Sólo se arrepiente de la imprudencia de darle la espalda a las cucarachas, sigue convencido de que no es de hombres pegar a mujeres ni atacar por detrás. Siente orgullo de su hijo, de ese niño que fue testigo de una violencia intolerable. A la aún más tonta que previsible pregunta de si su mujer ha estado a su lado durante su convalecencia responde con naturalidad: "Pues claro".

Y me conmueve que ame tanto la vida. Es perceptible en sus anhelos más inmediatos, además de que su cuerpo y su espíritu recobren la normalidad. O sea: zamparse un bocadillo, besar la acera de la calle al salir del infierno, tomarse una cerveza antes de la gran comida, trasegar un vino magnífico, viajar en un barco por el Caribe. Su pudor no menciona el sexo, pero seguro que va en el lote. Los héroes de verdad son siempre terrenales.

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