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Y si...

Y si... Creo que estas dos palabras son la base de toda argumentación referida al fútbol y, seguramente, una parte fundamental de nuestras vidas. Tenía un amigo en Valencia, que por desgracia ya no está con nosotros para leer la reseña, que contestaba a este inicio de razonamiento con un contundente: "Isi...doro era un gato". Resumía Álvaro, mi amigo, una escuela de pensamiento que prefiere hablar de las cosas certeras, de aquello que es y existe en este momento, a comenzar a especular sobre lo que pudo ser y no fue o sobre aquello que no sabemos si vendrá, pero que nos ocupa mucho tiempo de n...

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Y si... Creo que estas dos palabras son la base de toda argumentación referida al fútbol y, seguramente, una parte fundamental de nuestras vidas. Tenía un amigo en Valencia, que por desgracia ya no está con nosotros para leer la reseña, que contestaba a este inicio de razonamiento con un contundente: "Isi...doro era un gato". Resumía Álvaro, mi amigo, una escuela de pensamiento que prefiere hablar de las cosas certeras, de aquello que es y existe en este momento, a comenzar a especular sobre lo que pudo ser y no fue o sobre aquello que no sabemos si vendrá, pero que nos ocupa mucho tiempo de nuestro hoy intentando desvelar cómo será el mañana. Y, claro, mi amigo se sentía desconcertado en esto del fútbol cuando comenzaban las especulaciones sobre resultados, rachas y demás cuestiones que circulan unidas al enunciado del "y si...".

Claro que Álvaro también compartía, con menos literatura pero de acuerdo en el concepto, aquella máxima de Valdano de que un equipo es un estado de ánimo. Y de que los estados de ánimo se trasladan, se desplazan; son estados permeables que llenan de luz el espacio más oscuro y funden los plomos al mejor sistema eléctrico.

Si lo vemos desde el punto de vista de los que lo ven todo de color de rosa (le podemos poner camiseta blanca), uno se encuentra con que, de pronto, todo rueda a favor, los partidos se resuelven pronto, los lesionados se recuperan y la calma llega hasta los lugares más recónditos del club.

Si hacemos el ejercicio inverso (lo podemos vestir de azulgrana), el mundo se ha dado la vuelta de repente, la portería se ha reducido de tamaño, las incidencias físicas llegan aunque hagamos lo mismo que hace unas semanas y donde antes disfrutábamos de un campo rápido para dar velocidad a la pelota ahora ésta, la pelota, se convierte en una herramienta llena de aristas.

Si no acaban de verlo claro, el tema se resume en una jugada: estadio Bernabéu, 3-1 a favor del Madrid y a Casillas se le ocurre hacer un regalo en forma de pase para que Oliveira se quede solo contra él. La jugada finaliza con el balón en el palo y lo que habría podido significar (otro "y si..." en el camino) el frío en las huestes blancas queda como una anécdota difuminada en la media docena que se llevan los béticos para el vestuario.

Minutos más tarde, en el estadio azulgrana, a Víctor Valdés se le ocurre emular a Casillas (es lo que tienen los buenos, que crean escuela) y le sirve un magnífico balón de gol a De la Peña. Éste, más lejos, bastante más lejos de lo que estaba Oliveira, resuelve el asunto con una maravillosa vaselina que lleva el 0-2 al marcador del Camp Nou.

Y uno se va a la cama el sábado, sea blanco o culé, con la sensación de que algo cósmico se ha movido en la galaxia más lejana y que los hados han empezado a tomar parte de este asunto del balón como si hubieran apostado al blanco.

Y ahí queda la pregunta: ¿es todo ello una emoción, solamente una emoción, o ésta ha pasado a convertirse en un estado de ánimo?

Oliveira, tras fallar ante Casillas.EFE

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