Reportaje:EL RINCÓN

Los artefactos de Eulàlia Valldosera

Eulália Valldosera (Vilafranca del Penedés, Barcelona, 1963) se estableció en una casa de techos altos y estancias desproporcionadas en el Ensanche modernista cuando decidió que era hora de "asumir la responsabilidad de generar cosas en mi mundo". Un mundo que empezó a construir a su medida cuando, mediana de seis hermanos, dejó su familia "rural y patriarcal" de la Cataluña profunda para irse a Barcelona. "La fuerza de mi trabajo procede de la rabia contenida de mi madre y se nutre de mis circunstancias personales", explica, lanzando una mirada a la foto de una feliz circunstancia, su hijo Po...

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Eulália Valldosera (Vilafranca del Penedés, Barcelona, 1963) se estableció en una casa de techos altos y estancias desproporcionadas en el Ensanche modernista cuando decidió que era hora de "asumir la responsabilidad de generar cosas en mi mundo". Un mundo que empezó a construir a su medida cuando, mediana de seis hermanos, dejó su familia "rural y patriarcal" de la Cataluña profunda para irse a Barcelona. "La fuerza de mi trabajo procede de la rabia contenida de mi madre y se nutre de mis circunstancias personales", explica, lanzando una mirada a la foto de una feliz circunstancia, su hijo Pol de ocho años. "Los niños son visionarios", asegura, indicando unas cajas de detergente, que le ha dejado dibujar, antes de incorporarlas a una de las instalaciones que expondrá en el Museo Reina Sofía de Madrid (Dependencias, del 4 de febrero al 20 de abril). En el espacio diáfano, amueblado con amplias mesas, casi vacías si no fuera por los ordenadores conectados uno con otro, los envases de suavizante y fregasuelos sobresalen con sus colores chillones. A lo largo de estos años, los ha convertido en fantasmagóricos personajes de un mundo que surge de proyecciones, objetos, movimientos y espejos, pero en esta muestra, por primera vez, los usará de interfaces entre ella y el público, transformados en artefactos para oír, hablar y mirar..., en resumen, para participar. Como el cochecito de bebé tuneado, que le sirvió para rodar a escondidas en aeropuertos, supermercados y museos, unas imágenes que los visitantes del Reina proyectarán empujando un carrito de la compra. "Arte es algo capaz de generar, acumular, densificar la energía y desplegarla", asegura, encendiendo otro cigarrillo.

Está convencida de que las obras nuevas permitirán entender las antiguas, momentos de una trayectoria que empezó en Holanda y transcurrió por las bienales que hicieron época, Estambul, Kwangju, Johanesburgo y Venecia. "Empecé con un trabajo de introspección y luego fui abriendo el círculo, abordando la casa, las apariencias y las relaciones, hasta llegar al espacio público, en un proceso de maduración dirigido a crear un cuerpo de trabajo". De ahí han surgido performances, fotografías, vídeos, dibujos e instalaciones, que cambian según el lugar y el momento. Por eso las entrega con un detallado dossier, "porque son como partituras y hay que saber interpretarlas".

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