Reportaje:EL RINCÓN

El ámbito de resistencia de Sean Scully

Nació en Dublín y se crió en Inglaterra, pero para vivir, Sean Scully (1945) eligió Nueva York, Mooseurach, un pueblo de la campiña alemana donde "queda la sombra de Kandinsky", y Barcelona, "una ciudad única, humana y abierta, con una gran complejidad cultural". Hace casi dos décadas que tiene su casa-estudio en la capital catalana, pero hace tan sólo unos meses que su mujer, la también pintora Liliane Tomasko, consiguió encontrar la de sus sueños. "Odiaba el Raval, Barcelona es el Ensanche", afirma refiriéndose al viejo estudio, en el área colonizada por el turismo, y al nuevo, en el corazón...

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Nació en Dublín y se crió en Inglaterra, pero para vivir, Sean Scully (1945) eligió Nueva York, Mooseurach, un pueblo de la campiña alemana donde "queda la sombra de Kandinsky", y Barcelona, "una ciudad única, humana y abierta, con una gran complejidad cultural". Hace casi dos décadas que tiene su casa-estudio en la capital catalana, pero hace tan sólo unos meses que su mujer, la también pintora Liliane Tomasko, consiguió encontrar la de sus sueños. "Odiaba el Raval, Barcelona es el Ensanche", afirma refiriéndose al viejo estudio, en el área colonizada por el turismo, y al nuevo, en el corazón del barrio modernista. Aún no ha terminado de amueblarlo, pero ya tiene lo básico y, como ejemplo de sus prioridades, hay una enorme biblioteca, hecha por un artesano con el mismo mimo con que Scully acaricia los estantes aún vacíos. Apiladas contra la pared, telas de diverso formato esperan que se ponga la bata blanca y los viejos zapatos para pintarlas con sus característicos bloques cromáticos, rigurosas geometrías del alma. En la amplia estancia, la luz entra a raudales, pero no es lo que más le preocupa. "No es sólo cuestión de color, luz y emoción; en el fondo de cada buen artista hay una base filosófica profunda, el arte bueno es íntimo y político. Yo soy un pensador y necesito un entorno intelectual para intercambiar ideas", afirma en un español fluido que aprendió para comunicarse mejor con su amigo Carles Taché, que también es su galerista y exhibe una muestra de sus obras recientes (hasta el 31 de enero), que despliegan una paleta de verdes, grises, ocres, rojos oscuros y negro, herencia de su Irlanda natal. En cambio, para el vitral que permitirá reabrir el ventanal de la fachada norte de la catedral gótica de Girona, tapiado desde hace siglos, ha elegido los colores vivos de su primera época, sobre todo, azul y amarillo. Es una obra llena de alegría. "Los colores melancólicos funcionan bien en la tela, pero no en una iglesia. Tenemos que renovar nuestra espiritualidad. En vez de ser integradora, la religión divide el mundo, pero el arte abstracto habla un idioma universal y comprensible para todos", asegura descubriendo el brazo donde lleva tatuado un símbolo sagrado del conjunto megalítico de Newgrange, "precristiano y preabstracto". A pesar de su figura hierática, duerme mal "como Matisse". Le preocupan el mundo y el futuro. Su estudio no es una torre de marfil, es más un espacio de resistencia, como Skelling Michael, un islote irlandés donde los monjes se ocultaron para preservar el conocimiento. "Trabajar es un momento de paz, donde todo está unificado. Como decía Hemingway, la cultura vale la lucha".

Sean Scully, en su estudio barcelonés.SUSSANA SÁEZ

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