Columna

Brutos y nobles

Bruto pero noble. Así describían los padres a sus hijos cuando debían disculparlos ante un tercero de alguna trastada. Bruto pero noble. O primario, como ha dicho Bono para justificar a Tardà. Bono tiene sus razones para arroparlo, también él ha necesitado en ocasiones de la comprensión "paterna", también él ha sido el bruto noblote. Bruto fue Pedro Castro, pero noble, cuidado, porque las cosas no se dicen por ofender sino porque las almas nobles no tienen filtro. Las brutas también existen, tan brutas como nobles, ahí tenemos a nuestra Aguirre, siempre en jarras, diciendo algo así como que lo...

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Bruto pero noble. Así describían los padres a sus hijos cuando debían disculparlos ante un tercero de alguna trastada. Bruto pero noble. O primario, como ha dicho Bono para justificar a Tardà. Bono tiene sus razones para arroparlo, también él ha necesitado en ocasiones de la comprensión "paterna", también él ha sido el bruto noblote. Bruto fue Pedro Castro, pero noble, cuidado, porque las cosas no se dicen por ofender sino porque las almas nobles no tienen filtro. Las brutas también existen, tan brutas como nobles, ahí tenemos a nuestra Aguirre, siempre en jarras, diciendo algo así como que los socialistas tienen en su sede retratos de asesinos de la Guerra Civil. No pretendo volver sobre la vieja tesis de que todos son iguales (de brutos y nobles), pero sí mostrar inquietud por esa falta de contención que reina en el ambiente y que nos sitúa con demasiada frecuencia en el universo escolar. Pagarlos les pagamos a todos, a los que votamos y a los que no; de vez en cuando habría que recordárselo. También hay que recordarles que una vez que consiguen un cargo público, gracias a los votos de una parte significativa de la población, pasan, de alguna manera, a trabajar para todos. Cunde poco la idea de que se puede ser leal a los que te votaron sin olvidar que el cargo es un servicio a los ciudadanos. Pero en España hay una especie de amor por la polarización, alentada mediáticamente y protagonizada por quienes deberían ser ejemplares en el juego democrático. Me pregunto si esas maneras se contagian. Por fortuna, la vida "real" obliga a la mayoría a negociar a diario con oponentes. El adulto ya no tiene a ese padre que le disculpaba del fallo más inexcusable. Así que hay que tragar saliva, tener valor y pedir disculpas. Digo tener valor porque para pedir perdón habría que vencer a un enemigo difícil, la vergüenza.

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