Columna

La reorientación de Quintana

No sabemos qué habría pasado si la Guerra Civil no hubiese truncado la evolución del Partido Galeguista, pero el historiador Justo G. Beramendi en su voluminoso estudio De provincia a nación (Edicións Xerais ), por el que ha ganado el Premio Nacional de Ensayo, supone que podría haber llegado a constituir un movimiento de gran arraigo. No fue así, sin embargo. De hecho, el gran mérito del BNG es haber logrado constituirse como el primer partido nacionalista sólido en la historia de Galicia. Enfrentado al constante temor de su estallido, ha sabido resistir y consolidar su opción, pagando...

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No sabemos qué habría pasado si la Guerra Civil no hubiese truncado la evolución del Partido Galeguista, pero el historiador Justo G. Beramendi en su voluminoso estudio De provincia a nación (Edicións Xerais ), por el que ha ganado el Premio Nacional de Ensayo, supone que podría haber llegado a constituir un movimiento de gran arraigo. No fue así, sin embargo. De hecho, el gran mérito del BNG es haber logrado constituirse como el primer partido nacionalista sólido en la historia de Galicia. Enfrentado al constante temor de su estallido, ha sabido resistir y consolidar su opción, pagando, eso sí, un altísimo coste.

Queda en la penumbra, por ejemplo, si la línea que adoptó desde la Transición fue la que demandaba el país. Si se mide a un partido por lo lejos que ha llegado en la consecución de sus objetivos, la hoja de servicios del BNG no es especialmente brillante. Los nacionalistas no han conseguido evitar la pérdida de gallego hablantes; no han conseguido reorientar la dirección del país, que en lo básico se mueve según las inercias del Estado y, lo último, pero no lo menor, no han conseguido impregnar a las clases medias urbanas, lo que compromete gravemente no su futuro como partido en el poder, pero sí su capacidad de incidir en la marcha de los acontecimientos.

En unos años podremos saber si el "nacionalismo de proximidad" ha dado resultado

En realidad, durante muchos años ni siquiera lo pretendían. La lógica que adoptaron en el momento crítico de la Transición fue la del caparazón. No se trataba tanto de irradiar a las mayorías sociales como de crear una subcultura que tuviese la suficiente masa crítica para influir en la dirección del conjunto total. Esa estrategia, que se puede atribuir a la UPG, ha tenido los resultados que están a la vista.

Después vino la rectificación. Anxo Quintana está procediendo a una reorientación estratégica en la que ciertamente le acompaña ese partido. No sólo porque le apoye, sino porque la línea de actuación de las consellerías ocupadas por miembros de la UPG -Industria y Medio Rural- exhibe una adaptación al territorio, una moderación, un recurso a las fundaciones y chiringuitos y un tener en cuenta los intereses del empresariado local no menor al que muestran sus compañeros. Lo mismo podría decirse de sus alcaldes y concejales, que los hay, y en gran número. Podrá uno diferir de sus políticas, pero jamás han estado marcadas por una especial tendencia al radicalismo. Al contrario, han hecho gala siempre de un pragmatismo sin equívocos.

Lo que vaya a dar de sí esa reorientación estratégica es pronto para saberlo. Desde luego, a Anxo Quintana le cabe, como mínimo, el beneficio de la duda. Sólo en unos años podremos saber si el "nacionalismo de proximidad" ha dado resultado en relación a sus objetivos. A corto plazo es claro que Quintana intenta ser liviano, huir de la excesiva densidad semántica de quienes lo precedieron en el cargo y que intenta evitar el papel de partido antipático que durante tanto tiempo jugó el BNG. Si el PSdeG optó por el Estado de obras, Quintana tuvo la habilidad de hacerse con una Vicepresidencia que, al ocuparse de la puesta en práctica de la Ley de Dependencia aprobada por Zapatero, permite el diario ejercicio de un rostro amable.

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Su gran hueco, la gran incógnita que se cierne sobre los nacionalistas, es si conseguirán que su aggiornamento acabe atrayéndoles no sólo el suficiente caudal de votos sino, muy específicamente, la simpatía y el arraigo entre las clases medias urbanas. Ahí es dónde se juega, sin duda, el futuro del BNG no sólo como opción de poder, sino el entero sentido de su acción política.

No hay ni que decir que el arraigo del PP en ese terreno, y los síntomas de que crecen en Galicia las gentes que sienten el temor de la pérdida de España, en la línea de sus análogos madrileños, le dejan un menor margen de maniobra al proyecto nacionalista que, por otra parte, si se muestra grandilocuente en sus objetivos, suele encontrarse, al parar mientes en la realidad, con que apenas sí sabe qué hacer con las cosas.

Esa es la gran fuente de la impotencia del BNG de Quintana y del Gobierno en pleno: su falta de ideas más allá de la adaptación al territorio. En ningún terreno eso se ha visto mejor que en la Consellería de Cultura. No sólo a la conselleira, al entero equipo que la ha comandado apenas sí se le ha ocurrido nada -salvo en Patrimonio- que trascienda las grandes líneas ya establecidas. La Cidade da Cultura ha visto pasar estos años sin pena y sin gloria, sin nadie que articulase un discurso potente y coherente, facilitando así las tareas de desgaste del proyecto por parte de algún medio.

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