Análisis:Cosa de dos

Vampiros

Hay que ser macabramente imaginativo y poseer un notable sentido de la tragicomedia para montar una serie a lo largo de cinco inolvidables temporadas que se desarrolla en una funeraria, describiendo la cotidianidad, las tribulaciones, amores, desamores y movidas varias de la familia que la regenta. Lo hizo el inteligente y desasosegante Alan Ball en A dos metros bajo tierra, que también podía presumir de los títulos de crédito más intrigantes y estéticos en la historia de la televisión.

Con estos antecedentes, añadidos al perverso guión que escribió para American beauty, s...

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Hay que ser macabramente imaginativo y poseer un notable sentido de la tragicomedia para montar una serie a lo largo de cinco inolvidables temporadas que se desarrolla en una funeraria, describiendo la cotidianidad, las tribulaciones, amores, desamores y movidas varias de la familia que la regenta. Lo hizo el inteligente y desasosegante Alan Ball en A dos metros bajo tierra, que también podía presumir de los títulos de crédito más intrigantes y estéticos en la historia de la televisión.

Con estos antecedentes, añadidos al perverso guión que escribió para American beauty, se podía esperar algo consecuentemente insólito en la nueva entrega de este retorcido cerebro. Y el planteamiento de la serie True blood lo es. Se atreve a presentar algo tan improbable como que los vampiros intentan integrarse socialmente, su sed de sangre ya no contamina a los humanos y si pretenden clavar sus inofensivos dientes a éstos (fundamentalmente a ellas), buscan el noviazgo o sueltan una pasta por el alquiler de carne como cualquier putero que vaya de legal.

Los dos primeros capítulos no deslumbran pero te dejan intrigado. No te queda muy claro si la cosa va en serio o en broma, pero tiene un punto. También resulta transparente que va a haber un problemático amor entre una camarera con poderes telequinésicos que sabe lo que están pensando los otros (adivinen qué se le pasa por el coco a los borrachos a los que sirve copas) y un vampiro todo modales y romanticismo deprimido. Y entiendo que el cine y la literatura casi siempre los han dibujado como seres magnéticos en su estética y en su tormento.

Nos hace olvidar que estos bichos se alimentan de la sangre del personal, preferiblemente la de los parias. A lo peor lo de la sangre es metafórico. Cambiémoslo por el trabajo, las hipotecas y los ahorros de los débiles. No habitan en Transilvania, sino en bancos, en constructoras, en ayuntamientos, en la Bolsa. No les espanta el ajo, el agua bendita, la cruz, ni la luz del sol. Siempre resucitarán para seguir jodiendo al prójimo, pero sería consolador poder clavarles una estaca sin que te entrullen por ello.

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