Columna

Alartismo

A falta de algunos congresos locales, el PSPV se ha dotado por fin de una nueva cúpula dirigente que hemos de suponer dispuesta -como las que le precedieron, obviamente- a frenar el vapuleo que desde hace casi tres lustros viene padeciendo el partido en cada cita con las urnas. Otra cosa será que sepan y puedan hallar el mensaje y la estrategia que sesgue la pertinaz inercia perdedora en la que anda atrapado. En todo caso, parece prematuro pronosticar qué dará de sí esta promoción de políticos con impronta municipalista que acaba de aterrizar en el cargo. Por mera cortesía habrá que otorgarles...

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A falta de algunos congresos locales, el PSPV se ha dotado por fin de una nueva cúpula dirigente que hemos de suponer dispuesta -como las que le precedieron, obviamente- a frenar el vapuleo que desde hace casi tres lustros viene padeciendo el partido en cada cita con las urnas. Otra cosa será que sepan y puedan hallar el mensaje y la estrategia que sesgue la pertinaz inercia perdedora en la que anda atrapado. En todo caso, parece prematuro pronosticar qué dará de sí esta promoción de políticos con impronta municipalista que acaba de aterrizar en el cargo. Por mera cortesía habrá que otorgarles un margen de confianza antes de pasarlos por el tamiz de la crítica.

Renglón aparte reclama su líder, el secretario general, Jorge Alarte, de quien su biografía de alcance únicamente registra una precoz vocación política y tres sucesivas victorias por la alcaldía de Alaquàs. Los observadores más próximos subrayan su ambición desmesurada, lo que está lejos de ser algo insólito o negativo en la gente de su ramo. En este trance, después de tan dilatado encogimiento de la tropa socialista, incluso se nos antoja una cualidad valiosa para acometer altas metas y confrontarse con su antagonista, el líder del PP y presidente de la Generalitat, Francisco Camps, que tampoco anda mal dotado de ese mismo avío, aunque resulte menos ostentoso. Algo más y mejor iremos sabiendo del líder a medida que se someta al desgaste de las decisiones y el inevitable escrutinio mediático, todavía indulgente.

Con estos mimbres, sin embargo, ya ha habido quien ha bautizado como alartismo una suerte de estilo o praxis política para ganarle la calle a la derecha, plantándole cara en todos los ámbitos y foros que ésta hegemoniza ahora porque, paradójicamente, "el PPCV lleva años transmutándose en nosotros", esto es en el PSPV, al que por lo visto le robó en su día la cartera y el discurso. Es una reflexión del lúcido cerebro socialista Carlos González Treviño publicada en estas páginas a principios del mes que acaba.

Ignoramos hasta qué punto se trata de un criterio amparado o autorizado por el líder, si bien resulta coherente con el enérgico respaldo que éste ha dado a la manifestación contra la política educativa del Consell y el júbilo con que fue acogida por su grey, no demasiado activa a lo largo de este rosario de protestas, todo hay que decirlo, aunque también debemos anotar como atenuante la dilatada desmovilización con fases de autismo en que ha estado sumida. Tantos años a la intemperie de la oposición carcomen los ánimos más acendrados.

Pero esto tiene visos de cambiar, evolucionando hacia una beligerancia política tal cual postula el mentado estudioso. "Hay que ganar -escribe- la fiesta, la empresa, el deporte, el comercio, la procesión...". En efecto, hay que comparecer en todos los escenarios y no encogerse en ninguno si se aspira a ser alternativa de gobierno, pero nos tememos que a nuestro admirado profesor se le ha revolucionado la mollera a la hora de enunciar los frentes a cubrir. ¿Qué demonios han de hacer los socialistas en la procesión, desplazar a la pía derecha llevando el cirio y el anda? ¿Para convencer a quien? Lo máximo que pueden conseguir es convertirse en una imitación ridícula y devaluada ante un original tan carca y acreditado como el que gobierna esta autonomía.

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