Cosa de dos

Obreros

Las grandes fábricas, los astilleros, la siderurgia, las minas, fueron casi siempre lugares infames, presidios de enfermedad y explotación. Esos monumentos de la industrialización capitalista, catedrales de la izquierda, han ido cerrándose en la Europa rica, que no produce ya obreros sólidos y baratos como los de antes, y con ellos ha desaparecido algo más que una tradición. Se ha evaporado toda una clase social, cuyo sentido de identidad se basaba en la magnitud: miles de hombres, miles de máquinas, inmensos talleres oscuros. La lucha política y sindical logró bastantes de sus objetivos; alca...

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Las grandes fábricas, los astilleros, la siderurgia, las minas, fueron casi siempre lugares infames, presidios de enfermedad y explotación. Esos monumentos de la industrialización capitalista, catedrales de la izquierda, han ido cerrándose en la Europa rica, que no produce ya obreros sólidos y baratos como los de antes, y con ellos ha desaparecido algo más que una tradición. Se ha evaporado toda una clase social, cuyo sentido de identidad se basaba en la magnitud: miles de hombres, miles de máquinas, inmensos talleres oscuros. La lucha política y sindical logró bastantes de sus objetivos; alcanzado ese punto de éxito, el obrero europeo dejó de ser competitivo porque no era ya obrero. Se hundió un sistema de valores.

Los grandes medios de comunicación, y en especial los diarios, pierden desde hace tiempo sus referentes. Los arquetipos del sector (el redactor gañán, cínico y bebedor; el empresario más preocupado por la influencia que por los ingresos; el lector cautivo en un mercado escaso de opciones informativas) se evaporaron al entrar en contacto con las tecnologías limpias, la especulación financiera y el negocio del entretenimiento. Las redacciones, esas viejas salas ruidosas como una fundición, perdieron su sentido. Con la vieja mística del periodismo está ocurriendo como con el orgullo obrero: es una lástima que desaparezca, pero existía para hacer llevadera una cadena de servidumbre.

Aún existen barcos, vigas de acero y hasta carbón: vienen mayormente de otros lugares. En el futuro seguirá existiendo información y en buena parte seguirá haciéndose aquí. Los costes de producción de una noticia son relativamente bajos, siempre que la fabriquen periodistas y no burócratas, políticos o aspirantes a tiburón bursátil; la información puede ser rentable, sin alardes, si no se utiliza como simple soporte de otros negocios.

Quizá veamos una matanza de empresas en los próximos tiempos. Algunos sentiremos nostalgia por aquellas cabeceras maternales que te acogían para toda una vida. Muchos trabajadores perderemos derechos, ventajas o el empleo. Confío en que, al menos, la información salga ganando.

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