Crónica:SILLÓN DE OREJAS

Dos o tres cosas que tenían que pasar

Tenía que pasar (I). Este año cambié Francfort por Londres por razones que transcribo en riguroso orden: la Feria se ha vuelto demasiado prescindible (al menos para un diletante como yo), mi estómago ya no está para bratwurst (de hecho, prefiere las falsas wiener de Oscar Mayer), y la Unreal City ofrecía atractivos a los que no podía sustraerme, también por el siguiente orden: importantes exposiciones e instalaciones, un par de nuevos (y baratos) restaurantes chinos (uno de ellos se reveló memorable), y la posibilidad de volver a apreciar "en vivo" (British Museum) el bajo...

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Tenía que pasar (I). Este año cambié Francfort por Londres por razones que transcribo en riguroso orden: la Feria se ha vuelto demasiado prescindible (al menos para un diletante como yo), mi estómago ya no está para bratwurst (de hecho, prefiere las falsas wiener de Oscar Mayer), y la Unreal City ofrecía atractivos a los que no podía sustraerme, también por el siguiente orden: importantes exposiciones e instalaciones, un par de nuevos (y baratos) restaurantes chinos (uno de ellos se reveló memorable), y la posibilidad de volver a apreciar "en vivo" (British Museum) el bajorrelieve asirio de la leona herida, lo que me apeteció doblemente cuando me fijé en que The Economist lo había utilizado en la portada de su penúltimo número para ilustrar la idea de que "el capitalismo está acorralado". No caerá esa leona, al menos por ahora: y, de hecho, la prensa británica (y no sólo sus cada vez más ferozmente amarillentos tabloides) parecía casi más preocupada por el divorcio de Madonna que por la quiebra de los bancos, las imparables redundancies (despidos), o el descenso del consumo en las Main Street de toda la nación. Acudí, como cada año, a contemplar la nueva instalación de la serie Unilever en la Sala de Turbinas de la Tate Modern. Esta vez la artista invitada ha sido Dominique González-Foerster (Estrasburgo, 1965), que ha convertido el espacio en una especie de refugio postapocalíptico con su demasiado previsible montaje TH.2058. Bajo el constante repiquetear de la lluvia (en las distopías siempre está lloviendo), y entre réplicas en plástico de esculturas gigantes (la maman-araña de Louise Bourgeois, por ejemplo) y películas de asunto afín proyectadas sobre una pantalla (Alphaville, de Godard, o Solaris, de Tarkovski, entre otras), un mar de literas metálicas aguarda la inminente llegada de los refugiados (¿nosotros?). Sobre las desnudas cuchetas, esperan los libros que entretendrán los ocios de los futuros usuarios. Y ahora llega lo mejor: el primer título que vi fue El mal de Montano, de Vila-Matas, en la edición de Compactos de Anagrama. Y, el segundo, 2666, de Bolaño, en la misma colección. Había otros (en diversos idiomas), pero el día de mi visita la representación editorial española estaba compuesta por una docena de ejemplares de esos dos únicos títulos. Y ahora viene la batería de preguntas que me viene royendo el alma: ¿conoce Herralde los planes de la Providencia para nuestro catastrófico futuro e intenta sacar partido de su información privilegiada? ¿Están compinchados el editor catalán y Vicente Todolí, director de la Tate Modern? ¿Son las obras citadas de Vila-Matas y (el llorado) Bolaño las lecturas más adecuadas para los refugiados del inminente Apocalipsis? Tenía que pasar: Herralde ya no sólo está hasta en la sopa, sino también en la Tate. Lo ha conseguido, el tío.

Hombres

Tenía que pasar (II). La diseñada fragmentación del lectorado está llegando a extremos abracadabrantes, especialmente en los países anglófonos. Hace unos años descubrí en una librería norteamericana una sección dedicada a la literatura gay & lesbian en la que, además de las obras de autores de reconocida experiencia en ese campo, se almacenaban increíblemente obras de los "presuntos" Shakespeare, Platón o Cervantes. Otra vez encontré que, incluida en la sección African American Literature de una librería Barnes & Noble, existía una subsección con el marbete gay & lesbian black novel, donde no figuraban, por ejemplo, Henry James o Vargas Llosa por razones obvias. Uno podría imaginar infinitas subdivisiones para que los mercadotécnicos libreros se quedaran satisfechos con nuevos nichos "objetivos": novela lesbiana negra de ciencia-ficción, o novela heterosexual africanoamericana de terror postapocalíptico, o novela para partidarios del swinging sexual con protagonistas neoyorquinos que sufren de golondrinos, etcétera. La historia de la novela está repleta de personajes con los que se identifican los lectores más diversos, de manera que cualquier rótulo sería posible, aun aquél dedicado a un solo lector (que en ese caso se convertiría en el "lector cautivo" por antonomasia). Una reciente muestra de esa manía clasificatoria es el reciente vademécum 100 Must-Read Books for Men, publicado por Bloomsbury, en el que se recomienda un centenar de títulos escogidos en razón de que reflejan "la experiencia masculina en todas sus facetas" en temas tan diversos como (atención) sexo, guerra, trabajo, juego, deporte, bebida, paternidad, responsabilidad, etcétera. Si se analiza la justificación inicial de los expertos que los han seleccionado, lo que denota es la inseguridad del varón ante "las décadas de feminismo revolucionario que han barrido el mundo occidental", la respuesta del macho humillado ante las (demasiado publicitadas) presunciones de que ellas entienden mejor el mundo de los sentimientos y los matices, o la (impotente) protesta de los antiguos dominadores ante la extendida idea (sobre todo por los anuncios de la tele dedicados a las consumidoras) de que los hombres somos irredimiblemente débiles mentales condenados al desván de la historia, etcétera. Basura, en definitiva, destinada a reanimar a varones blancos muertos. Entre los autores con "testosterona" figuran desde Jack London ("un hombre completo si hubo alguna vez uno") hasta Bukowski, pasando por Bellow, Burroughs (quién lo diría), Auster, Greene, Hemingway (al viejo le habría hecho mucha ilusión que le incluyeran), Cormac McCarthy, McEwan, Mishima (ya ven, sin prejuicios), Orwell, Roth, o Tom Wolfe. Sólo dos hispanos: el Che Guevara y García Márquez, del que se recomienda (era previsible) la muy "masculina" Memorias de mis putas tristes.

Cascarrabias

Tenía que pasar (y III). Para algunos la crisis se convierte en un espectáculo al que asisten desde su palco de platea. Leo en Newsweek al gurú Fareed Zakaria confesando sin rubor que siempre había querido presenciar esa clase de acontecimientos que "uno lee en los libros". En el fondo parece estar contento con lo que ocurre: no pudo vivir el crack del 29 o la Guerra Civil Americana, de manera que ahora tiene su oportunidad. No creo que los pequeños propietarios que han perdido su hipotecada casita sientan parecido entusiasmo por el "momento histórico" que estamos viviendo, pero así es la vida. Me consuelo de la bobería rampante con dos célebres cascarrabias de los que encuentro vídeos colgados en YouTube: Marcel Reich-Ranicki, el célebre crítico ("descubridor" para los alemanes de Marías o Chirbes) que arremetió recientemente contra la basura televisiva al recibir de la televisión ZDT el premio por su "obra de toda una vida", y el difunto Orson Welles, de quien he encontrado un rarísimo vídeo en el que interpreta siete papeles diferentes como parte de un programa nunca realizado sobre los exclusivos clubes de Londres. Si son fans de cualquiera de los dos, no se los pierdan. De nada, a mandar.

Ilustración de Max.

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