DESDE MI SILLÍN | VUELTA 2008 | 20ª etapa

Plaza de los dolores

Según el plano que aparece en el libro de ruta, hay cuatro plazas en La Granja de San Ildefonso; además de la quinta, claro está, la omnipresente Plaza de España. A ésta se le suman la Plaza de la Fruta, la de la Cebada, la de la Candelaria y la de los Dolores.

Evidentemente, la rampa de salida de la cronoescalada estaba situada en esta última, no podía ser de otra forma. Desconozco si la elección fue deliberada. Poco importa. El caso es que por allí desfilamos, haciendo honor al que decidió en su día bautizar con tanto acierto a aquel lugar.

Yo ya era consciente de mis dolores, ...

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Según el plano que aparece en el libro de ruta, hay cuatro plazas en La Granja de San Ildefonso; además de la quinta, claro está, la omnipresente Plaza de España. A ésta se le suman la Plaza de la Fruta, la de la Cebada, la de la Candelaria y la de los Dolores.

Evidentemente, la rampa de salida de la cronoescalada estaba situada en esta última, no podía ser de otra forma. Desconozco si la elección fue deliberada. Poco importa. El caso es que por allí desfilamos, haciendo honor al que decidió en su día bautizar con tanto acierto a aquel lugar.

Yo ya era consciente de mis dolores, pero al acercarme a la salida lo fui aún más. No sé si fue el aura del lugar o la pendiente por la que debía ascender hasta allí. Quizá fue todo junto, pero el caso es que allí, mientras esperaba a mi turno, dejaba mi bici a los comisarios para que la pesasen, firmaba algún autógrafo y cruzaba unas palabras con otros corredores, fui consciente de todos los dolores acumulados en estas tres semanas. Y de que además, aún quedaba más dolor por sufrir en aquella inminente subida a Navacerrada.

Desfilamos de uno en uno haciendo honor al que decidió en su día bautizar con tanto acierto a aquel lugar
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En los diez kilómetros que precedían a la ascensión pura y dura, entre los dolores del arranque, pensaba que ayer era sábado. Y que un sábado antes estábamos retorciéndonos por El Angliru. Y que el sábado anterior a éste, ya lejano en la memoria, ascendíamos bajo el diluvio a la estación de ski de La Rabassa, en Andorra. Y que el sábado anterior, éste ya tan lejano que parecía de la temporada pasada, comenzábamos la Vuelta bajo la mirada de la Alhambra. Uf, pensé, ya ha llovido desde entonces; aunque esto fue más bien recurrir a una manida expresión, porque en realidad llover no nos ha llovido tanto.

Con estas y otras cosas en la cabeza (por ejemplo que los peores dolores no habían sido precisamente los de esos sábados, sino los de días intercalados, como un día rectangular que tuve, creo que lunes) me planté en la pancarta de Comienza puerto, verdadero punto de inicio del dolor del día.

Elegí el desarrollo, trate de coger el mejor ritmo posible para mis piernas y me dispuse a soportar el dolor. Siete kilómetros a algo menos de 20 Km/h, son...7 por 3 son 21 más un poco más, 22 o 23 minutos de sufrimiento. Bueno, después de lo pasado tampoco iba a ser tanto.

Y una vez pasado este penúltimo dolor, al cruzar la meta, pude sonreír. Mi dolor del día ya había terminado, pero otros aún estaban sufriendo por ahí. Y otros aún peor, ni siquiera habían comenzado.

Leipheimer, durante la contrarreloj.AFP

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